José Murat / Jornada
De entrada, hay que reconocer el valor cívico de los mexicanos en una jornada sin precedente en 24 años por la elevada participación ciudadana, superior a 62 por ciento del padrón electoral; no puede eludirse la necesidad de hacer un diagnóstico severo, sin concesiones, de un proceso en donde no todos los actores políticos estuvieron a la altura de las exigencias del pueblo de México.
Lo primero es que el viejo sistema de partidos que tanto costó construir está desarticulado, deshecho. Se desdibujaron, por lo pronto, los grandes referentes de la derecha, la izquierda y el centro. PAN, PRD y PRI, los partidos históricos del siglo XX y parte del XXI, no obtuvieron los resultados esperados, y cada cual en su soberanía interna tendrá que hacer los ajustes que les exija su militancia.
En el PAN, heredero ideológico de Manuel Gómez Morín, con una extensa presencia territorial, está el reto de su unidad interna para preservar hacia el exterior el equilibrio necesario en las agendas parlamentarias y de gobierno del proyecto nacional, ahora encabezado por una fuerza emergente de dimensiones insospechadas: Morena.
En el PRD, con el PCM y el PMT como precursores de una izquierda fundamental para abrir el sistema de partidos en 1977, y con figuras icónicas como Valentín Campa, Cuauhtémoc Cárdenas y Heberto Castillo, es preciso también revisar el éxodo hacia la nueva formación que asumirá el gobierno.
Pero es en el PRI –que ya vivió tres etapas fecundas de servicio a México desde instituciones que por décadas dieron estabilidad política, crecimiento económico y justicia social– en donde más acciones deben tomarse, a partir de un balance profundo más allá de las zalamerías y las concesiones licenciosas del aquí no pasa nada.
Sin ánimo de cuestionar biografías, lo cierto es que un resultado que apenas rebasa 16 por ciento de la votación es un mensaje contundente de que la operación política careció de estrategia, de ejes rectores y visión de futuro, con un enfoque reactivo y no uno proactivo que marcara, a partir de iniciativas de avanzada, la agenda de todas las campañas.
No obvio decir que la descalificación a las democracias de todo el subcontinente latinoamericano, en el caso de México desde los gobiernos emergidos de una alternancia fallida en el arranque del siglo XXI, tuvo un importante peso específico en los saldos negativos, tanto para PRI como para PAN, que hoy son del dominio público.
Pero la responsabilidad principal corre a cargo de la conducción de un partido con enormes activos humanos, que no dio el espacio debido a cuadros formados en toda la geografía nacional y que vio cómo se centralizaban las decisiones y cómo todo se concentraba en un solo grupo político, cuando la fortaleza de este partido había sido siempre la disposición y la capacidad para conjugar la diversidad política de múltiples liderazgos sociales, organizaciones sectoriales y movimientos territoriales.
Una conducción que no podía dar más porque carecía de la experiencia necesaria, en algunos casos sin una hoja de servicios que incluyera al menos la titularidad o la coordinación de una campaña a diputado local o presidente municipal, no para encabezar o coadyuvar en una campaña presidencial.
Una conducción errática, que no pudo establecer prioridades y sobre todo una agenda atractiva para las demandas de una ciudadanía ávida de propuestas para satisfacer los imperativos del presente y construir las bases del futuro, su futuro.
Se perdieron las grandes directrices ideológicas que dieron cimiento sólido a los orígenes, esos que construyeron el México moderno, con instituciones de vanguardia en lo financiero, como el Banco de México, autónomo y garante de la soberanía monetaria; las aportaciones inestimables en la educación superior y en todos los niveles que llevaron la escolaridad promedio de tercero de primaria a tercero de secundaria; la salud pública y la seguridad social, que elevaron la esperanza de vida de 35 años a 75, y en el caso de las mujeres a 77. Lejos de privilegiar lo ideológico, prevalecieron los compromisos grupales y los intereses de corto plazo.
Fuimos un partido a la defensiva cuando teníamos grandes activos para jugar a la ofensiva, marcando el ritmo en los temas sustantivos que en verdad interesan a los mexicanos, especialmente a las nuevas generaciones.
La lección más elocuente de esta elección es que el pueblo de México, un pueblo cada vez más escolarizado y ciudadanizado, exige resultados y castiga ineficiencias, errores y omisiones. El resultado no es mágico ni es fortuito, tiene fundamentos sólidos. Un error más grave sería seguir en la simulación y no tomar cartas en el asunto. Es por el PRI, pero sobre todo es por México.