Así lo revela este día un reportaje de The New York Times titulado “Hacer fila, limpiar inodoros y no llorar: un día en la detención de menores migrantes”. Lo firman cuatro periodistas: Dan Barry, Miriam Jordan. Annie Correal y Manny Fernández.
“No te portes mal. No te sientes en el suelo. No compartas tu comida. No uses apodos. Y es mejor si no lloras; hacerlo podría afectar tu caso. Las luces se apagan a las nueve de la noche y se encienden al amanecer, después de lo cual debes tender tu cama según las instrucciones pegadas a la pared, paso por paso. Lavar y trapear el baño, tallar los lavabos y el inodoro. Luego es la hora de hacer fila para la caminata hacia el desayuno”, empieza el reportaje.
“Había que formarse para todo”, dijo a The New York Times Leticia, una niña de Guatemala, a quien “enviaron a un refugio en el sur de Texas, una de las más de cien instalaciones de detención contratadas por el gobierno estadounidense para niños migrantes en todo el país, que son una burda mezcla de internado, guardería diurna y prisión de seguridad media. Están reservadas para los niños como Leticia, de 12 años, y su hermano, Walter, de 10”.
“La lista de lo que no se debe hacer en las instalaciones también incluía lo siguiente: no tocar a otros niños, incluso si se trata de tu hermanito o hermanita. Leticia esperaba darle a su hermano menor un abrazo de consuelo, pero le ‘dijeron que no podía tocarlo’”.
El 9 de julio, para cumplir con una orden judicial, el gobierno devolvió a poco más de la mitad de los 103 niños menores de 5 años a sus padres migrantes, recuerda el Times. “Sin embargo, los más de 2,800 menores —algunos separados de sus padres, otros clasificados en la frontera como ‘menores no acompañados’— permanecen en estas instalaciones, donde las atmósferas van de impersonalmente austeras a casi bucólicas, a excepción del hecho de que disuaden de manera efectiva a los niños de irse mientras desconocen el paradero de sus padres o tutores”.
La detención de niños migrantes se ha convertido en un gran negocio en Estados Unidos que hoy en día asciende a mil millones de dólares anuales, 10 veces más de lo que era una década atrás, de acuerdo con un análisis de la Associated Press.
Los fondos cedidos por el Departamento de Salud y Asistencia Social para alojamiento, acogida temporal y otros servicios de bienestar infantil para niños separados de sus familias o llegados sin acompañante han aumentado de 74.5 millones de dólares en el 2007 a 958 millones en el 2017. La agencia está examinando nuevas propuestas ahora que el gobierno estadounidense está tratando de mantener a los niños migrantes bajo custodia.
Actualmente, más de 11,800 niños de edades que oscilan desde los pocos meses hasta los 17 años de edad, están siendo alojados en unas 90 instalaciones en 15 estados: Arizona, California, Connecticut, Florida, Illinois, Kansas, Maryland, Michigan, Nueva Jersey, Nueva York, Oregón, Pensilvania, Texas, Virginia y Washington.
Los niños quedan bajo custodia allí mientras se llevan a cabo los procesos migratorios de sus padres o, en caso de los menores que vinieron sin acompañante, mientras son evaluados para ver si se les otorga asilo.
NO SE TOQUEN
El diario cuenta la historia de Diego Magalhães, un niño brasileño, quien pasó 43 días en un centro en Chicago tras ser separado de su madre, Sirley Paixao, cuando cruzaron la frontera a finales de mayo. “No lloró, tal como se lo prometió a su mamá al separarse. Se sentía orgulloso de ello. Tiene 10 años. La primera noche durmió en el suelo de un centro de procesamiento con otros niños; al día siguiente abordó un avión. ‘Pensé que me iban a llevar con mi mamá”, dijo. Estaba equivocado”.
Una vez en Chicago, “le dieron ropa limpia parecida a un uniforme: camisetas, dos pantalones cortos, una sudadera, calzones y algunos artículos para higiene personal. Luego se le asignó a una habitación con otros tres niños, Diego, de 9, y Leonardo, de 10, ambos de Brasil. De inmediato, los tres niños se hicieron amigos. Iban a clases juntos, jugaban mucho fútbol y se ganaron el título de ‘hermano mayor’ por ser un buen ejemplo para los niños menores que ellos. Los premiaron con el privilegio de jugar videojuegos”.
The New York Times dice que había reglas. “No se puede tocar a los demás. No se puede correr. Hay que levantarse a las 6:30 entre semana; el personal hacía sonidos fuertes hasta que todos se levantaran de la cama. ‘Tenías que limpiar el baño’, dijo Diego. ‘Yo tallaba el baño. Teníamos que sacar la bolsa llena de papel de baño usado. Todos tenían que hacerlo’”.
Cuando se despidieron, los niños no se dieron un abrazo.
Estaba prohibido.