ndrés Manuel López Obrador concluye el año con un ritmo de trabajo pocas veces visto en el primer mes de gobierno de un Presidente: veinte ruedas de prensa y 10 viajes a estados de la República en vuelos comerciales.
Ha acudido a tomas de protesta de gobernadores, ha tenido reuniones semanales con su gabinete y correligionarios en las cámaras de diputados y de senadores, y a diario se reúne con su gabinete de seguridad.
Cualquiera pensaría que López Obrador tiene prisa por concretar lo que llama la Cuarta Transformación. Ya puso en marcha sus proyectos bandera: el Tren Maya, el Corredor Transístmico y la Zona Libre de la Frontera Norte.
Este primer mes frenético es parte del camino que inició hace más de un año.
LA TERCERA ES LA VENCIDA
El proceso electoral de 2018 será recordado como el de mayor expectativa en México desde el inicio del siglo, por ser un proceso convulso, por el interés despertado por los independientes y por la amplia victoria de Andrés Manuel López Obrador.
El camino de López Obrador fue paulatino, con la experiencia de las campañas de 2006 y 2012 a cuestas, en las que arrastraba a uno o más partidos, en las que tuvo votaciones copiosas, pero fue superado por sus contrincantes.
Sus recorridos por el país entre campañas parecían no tener sentido, sin embargo, el fin era tener un conocimiento profundo de México y el acercamiento con la gente.
El pasado 3 de julio, López Obrador se reunió con el entonces presidente de México, Enrique Peña Nieto, en Palacio Nacional.
Morena inició con una ventaja de 19.7% de la intención de voto, por 18.6% del PAN y 15.8% del PRI. La ventaja solamente se acrecentó día a día.
Paralelamente, el INE arrancó el proceso electoral más grande en la historia del país, con un millón 400 mil funcionarios de casilla y 629 puestos federales en disputa.
El proceso 2017-2018 convocó a votar a 89.12 millones de electores y movilizó a organismos electorales que realizaron 30 elecciones locales concurrentes. El país entero se movió con el 1 de julio como horizonte.
VENTAJA INICIAL
Desde el inicio de la precampaña electoral, el 14 de diciembre de 2017, hubo un sentimiento de que López Obrador arrancaría con una ventaja considerable.
La delantera se confirmó al inicio de la campaña y, lejos de que sus contrincantes tuvieran un repunte, la distancia se agrandó hasta alcanzar un histórico 53.19%, con 30 puntos de ventaja sobre el panista Ricardo Anaya.
En plena campaña estalló el escándalo de la supuesta venta ilegal de una nave industrial que favoreció a Anaya, lo que provocó que su campaña no despegara.
En tanto, el priista José Antonio Meade no repuntó debido a los escándalos de corrupción en que se vieron envueltos gobernadores del PRI e incluso el entonces presidente, Enrique Peña Nieto.
CAMPAÑAS VIOLENTAS
La violencia se cebó con los candidatos a puestos de elección popular. En total fueron asesinados 28 precandidatos y 20 candidatos. De ellos, 15 aspiraban a un cargo municipal, cuatro a diputaciones locales y uno más a una diputación federal.
De acuerdo con un reporte de la consultoría Etellekt, hubo agresiones contra 429 funcionarios no electos, es decir, cuyos cargos no dependían de los procesos electorales. De ellos, 371 fueron asesinados.
Esto convirtió al de 2018 en el proceso electoral más violento en la historia reciente de nuestro país.
VÍA LIBRE
Durante el último tercio de la contienda los mítines del candidato de la coalición Juntos Haremos Historia eran en realidad una marcha triunfal por toda la República, un delirante paseo en aviones comerciales, con jornadas extenuantes, con horarios ajustados, muchedumbres agobiantes, simpatizantes agolpados en aeropuertos a la espera del tabasqueño, pueblos enteros volcados a los mítines, auditorios delirantes ante los discursos y frases probadas una y otra vez: “¡Puercos, cerdos, marranos, cochinos! ¡Eso es lo que son! ¡Corruptos!”
La totalidad de los candidatos armaron sus campañas en torno a los mismos temas coyunturales: combate a la inseguridad pública, reducción del desempleo y ataque frontal a la corrupción. Las diferencias eran de matices. Sin embargo, el proceso electoral de 2018 tuvo pocos elementos diferenciadores entre los aspirantes a gobernar el país.
Ricardo Anaya no pudo sobreponerse del golpe de la acusación de presunto enriquecimiento ilícito, pese a que la denuncia en su contra no prosperó penalmente.
José Antonio Meade, por su parte, arrastró a lo largo de la campaña el lastre del desprestigio del PRI, pese a no pertenecer a ese partido.
DEBATES INÉDITOS
Los debates presidenciales también generaron momentos memorables. Por primera ocasión se realizaron en tres ciudades distintas, en un intento de abarcar las problemáticas de diversas zonas del país, y se plantearon distintos ejes temáticos para cada uno.
En el primero, Jaime Rodríguez Calderón, candidato independiente, planteó la posibilidad de “mocharle la mano” a los funcionarios a los que se comprobaran actos de corrupción.
En el segundo, López Obrador dijo que cuidaría bien su cartera ante la cercanía de Ricardo Anaya.
Al tercero ya no se presentó la independiente Margarita Zavala.
El pasado 1 de diciembre, tras asumir el cargo como Presidente, López Obrador recibió el bastón de mando de los pueblos originarios.
EL FIN DEL CAMINO
Lo que se respiró a lo largo del domingo 1 de julio fue historia pura, hora por hora, del amanecer hasta que la noche ya era profunda.
Apenas amaneció, un tumulto se congregó en torno a la casilla donde votaría el tabasqueño, a donde llegó incluso antes de que arribaran los funcionarios de casilla. Parecía que tenía prisa por ganar, porque todo se acelerara y terminara pronto.
De ahí se dirigió a desayunar en compañía de sus hijos en su cuartel de campaña, en la Colonia Roma, en tanto 56.6 millones de electores arribaban a las mesas receptoras de votos.
Las nuevas oficinas de López Obrador se convirtieron en un ir y venir de colaboradores, de futuros secretarios de Estado, de sus hijos, de él mismo. Las llamadas le anunciaban que durante las diez horas en que estuvieron abiertas las casillas, 30.11 millones de personas decidieron que él debía ser el Presidente de México.
Fuera de su casa la tensión creció hasta que, ya al anochecer, se hizo oficial que su esperada victoria se cristalizaba.
La algarabía estalló dentro y fuera de la casa de campaña, donde se congregaron cerca de 500 personas que coreaban: “¡Presidente, Presidente!”, “¡Es un honor estar con Obrador!”, y “¡Sí se pudo!”
López Obrador, nacido en Tepetitán, Tabasco, salió al balcón y dio su primer saludo como candidato ganador en compañía de su esposa.
La fiesta se convirtió en una onda expansiva. Primero con miles de personas congregándose en torno a un hotel de la Avenida Juárez, frente a la Alameda, donde dio un discurso que llamaba a la concordia entre todos los sectores de la población.
Miles de personas se dirigieron al Zócalo capitalino para presenciar el mitin que encabezaría López Obrador celebrando la victoria.
Fue un contraste inimaginable con aquel López Obrador que durante años realizaba giras por poblados perdidos en sierras polvorientas, sumidos en selvas, o desolados en los desiertos, en jornadas que parecían no tener rumbo.