Enmascarar siempre las acciones con los colores ficticios de la honestidad y la bondad, es requerimiento del gobernante. La maldad humana no le gusta su propio reflejo, le asusta, lo rehúye, no es aceptable el reconocimiento de esta naturaleza humana, por ello, la existencia de un referente distinto es siempre motivo de tranquilidad.
Es de observarse que estos dispositivos de Maquiavelo deben ser ampliados y perfeccionados porque así son las nuevas circunstancias. Hoy en día, cuesta en demasía hacer feliz a los hombres, otorgarles seguridad y bienestar se ha vuelto el oficio de lo más calificado y complicado.
Ya no se trata de la aplicación de la lógica y del sentido común, las herramientas, los métodos, los procedimientos requieren de mayor claridad y profundidad, las estrategias y las tácticas han adquirido una nueva dimensión, gobernar se ha vuelto sofisticado.
Un nuevo reto para los gobernantes. Estas ideas, muy contrarias al orden de las cosas pueden causar escozor en las mentes tradicionales, en los dogmáticos, en los costumbristas, a los principistas, nos pueden llenar de improperios, sin embargo, la realidad de las cosas requiere de nuevos paradigmas para conservar el mundo y para salvar a la especie humana.
No hay otro camino, los dioses o Dios siempre requiere del creyente, del hombre de fe, el nuevo referente, la Razón de Estado, es sólo una herramienta, un dispositivo, un mecanismo que el hombre requiere para vivir bien y en paz, en el sentido, de que la responsabilidad de ello, será siempre de los gobernantes que para ello existen.
En los argumentos de la Razón de Estado, poco contribuye a la estabilidad del régimen político el discurso del amor, la justicia y la verdad, es el camino más difícil para obtener éxito político, hay que dar mucho rodeo para ello.
Procurar que las ideas de los gobernantes tuvieran relación con la verdad, que los deseos se ajustaran a los deberes, el rostro a los principios de la justicia tal como los percibe el corazón, no es prudente en los tiempos modernos, los ciudadanos no requieren de un gobernante bueno, se requiere, al contrario, de un gobernante eficaz.
Para obtener resultados eficaces en el oficio de gobernar, es necesario aprender a adaptar las ideas y palabras a los prejuicios, intrigas y maquinaciones. Mientras se aplique las artes más perversas, se obtiene el favor del pueblo o del príncipe, y se obtiene el mejor de las reputaciones.
La marcha de las buenas conciencias en medio de maquinaciones y perversidades no es buena conseja, es necesario hablar y accionar bajo las mismas perversidades para poder salir avante en las acciones de gobierno, además de obtener éxito se obtienen sendos reconocimientos, precisamente por la eficacia de los logros.
Andar en las tribulaciones del poder con un discurso de moralidad y de buenas consciencias, simplemente existirá un enconchamiento de los demás, un cerrazón, desconfianza. Actuar con sus mismas reglas y procedimientos hace propicia la posibilidad del golpe del poder. En un mundo de rufianes no vale el discurso de la moralidad. En este caso vale la acción de los principios de la Razón de Estado y no de la política.
Los gobernantes deben de aprender a adaptarse a las circunstancias, simulando y disimulando sin distracción alguna en ningún instante, siempre en alerta para percibir los sentimientos, las ambiciones, deseos, pensamientos, planes e intenciones de los otros, de los demás.
Sin esta alerta, sin este “parar oreja”, es muy difícil mantener estable el gobierno y mucho menos ser eficaz en el logro de los objetivos. Además conocer con mucho mayor detalle, quién se relaciona con quién y por qué, qué necesidades tienen, qué opinan, cuáles son sus preferencias, qué posibilidades de éxito tienen y qué estrategia utilizan, se dice con acierto que gobernar es espiar, informarse.
Además de lo anterior, el gobernante bajo los principios de la Razón de Estado, debe de saber ocultar sus sentimientos, no hay gobernante más vulnerable que el que trasluce sus sentimientos, ocultar sus ambiciones y deseos con la ayuda de la sutilidad de la simulación, vigilante y listo para aprovechar la ocasión en caso de presentarse.
Mantener el control de sí mismo y evitar todo signo de piedad con sus oponentes es vital para alcanzar los objetivos, la consideración y la conmiseración no deben de ser considerados en cuenta en la Razón de Estado. Atacar al oponente con hechos y no con palabras rinde mejores frutos, desde luego, sin dejar de considerar que las palabras de los oponentes están llenas de trampas.
Principio básico es no fiarse de nadie pero es necesario hacer creer a los demás que se confía en todo mundo, con esta actitud se gana reputación, estima de los intelectuales y de la gente común.
El respeto se lo gana el gobernante cuando sabe de todos y lo hace saber adecuadamente. Es menester enmascarar las acciones en los colores ficticios de la honestidad y la bondad.