Un problema fundamental del político moderno, del político que se desempeña en una democracia representativa, es el problema del “yo”. Este se debe entender como la esencia fundamental del ser humano y en el caso particular del político.
El “yo” está en relación directa con la dinámica de la velocidad de los cambios en estos momentos. El “yo” no es más que una sumatoria de características del tiempo, tanto físicas como mentales, es un producto de su tiempo. Sin embargo, si el político quiere ser realmente un político tiene que manifestar su alejamiento del “yo” para poder privilegiar el bien común sobre el bien particular.
El político tiene que ubicarse muy por encima de su “yo”, desprenderse de sí mismo y de la dinámica de las cosas. La pregunta es ¿cuáles son aquellas características temporales y físicas del “yo”.
Son el cuerpo, la percepción, los sentimientos, la conciencia y el instinto o las predisposiciones. En nuestro tiempo es difícil que se constituyan en una identidad por su constante cambio.
La necesidad de constituirse en una identidad con capacidad para no dejarse llevar por el cambio, para poder dominar sus escenarios y poder estar a disposición de personas y sociedades en constante cambio, es un reto para el político.
El “yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset cabe muy bien en esta tesis que estamos abordando, puesto el político puede dominar la mitad de sus circunstancias, la otra mitad le es dada por la fortuna.
El político debe asumir la no permanencia, la temporalidad de las cosas, sin embargo, es pertinente que busque un hilo conductor de las cosas que lo haga tener una identidad que lo puede hacer único. Es cuando el político, se puede decir, adquiere personalidad. En verdad, es complicado adquirir una personalidad en la vida política, es difícil salirse de la masa y ser único. Para esto se necesita preparación y práctica, ni más ni menos.
El político que ha adquirido personalidad tendrá la posibilidad de comprender el sentido ético de su persona. Entenderá que la reciprocidad es un principio que le debe de acompañar para y por siempre, debe ser un principio de su conducta.
El principio de reciprocidad establece: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan. Otra versión sería: Trata siempre a los demás como te gustaría que te trataran. Es importante, entonces, que el político debe procurar ponerse en el lugar del otro o de los otros, entonces actuar con los deseos legítimos de esa persona o de esas personas.
De acuerdo a lo expresado hasta aquí, el mundo se torna muy complejo. El político para tener personalidad necesita de la identidad y de sus componentes, pero para ser un buen político necesita distanciarse de estas características, porque al ser determinado por el tiempo corre el peligro de dejarse llevar y no adquirir la personalidad, por tanto, negarse la posibilidad de ser un buen político.
Dominar su tiempo y sus circunstancias es una tarea difícil para el político, requiere de práctica, de saber, de conocimiento, sobre todo, acercarse a la maestra de todas las ciencias sociales: la Historia.
El político que domina su tiempo y se ubica adecuadamente en él, trasciende los tiempos. Es un hombre que no mira el presente porque es de difícil aprehensión y comprensión, cuando se está en el servicio público, regularmente no hay tiempo para ello.
Pero si mira el pasado, porque se entiende muy bien el presente a partir del pasado. También mira al futuro, porque sabrá qué hacer. El presente se explica muy bien a partir de lo que se pretende en el futuro. Entonces, se aprende del presente a partir del pasado y del futuro.
Lo que sí se puede decir es que ser político es una gran responsabilidad con el tiempo.