En un mundo de desigualdades, de exclusiones, de injusticias, de pobreza material y espiritual, es evidente que el político debe hacer de todo esto el argumento más sólido. Los argumentos en contrario, son construidos en los grandes centros de formación teórica, metodológica y científica de los poderosos.
Los argumentos más sólidos en contra de las injusticias se construyen en la práctica y en la conciencia de las clases desprotegidas. Son argumentos de compromisos, de posición política, son regularmente históricos, nacidos de las largas luchas de un sector de la humanidad en constante lucha que apuesta por un mundo mejor.
La verdad del justiciero pesa y se impone ante la verdad del dominador, que constantemente la tiene que tergiversar para garantizar su dominio. Para el justiciero las cosas son más simples de lo que parecen, la verdad de las clases y grupos dominados es su verdad y lo hará valer.
La ventaja de los grupos o clases dominantes es que cuentan con el Estado, la escuela, las iglesias, los medios de comunicación para hacer valer su verdad. La verdad del oprimido es praxis diaria, es de conciencia no de medios. Todas las creencias de verdad tienen el carácter clasista pero no todas son útiles y efectivas, luego entonces, sólo pueden importar las verdades útiles que buscan beneficiar al común.
El político comprometido con la verdad, no con su verdad, tiene que asumir la posición de los oprimidos, de los de abajo, de ninguna manera de los de arriba. Cuando asume la defensa de los dominadores se aleja de la verdad del pueblo puesto que este casi siempre está oprimido.
Nunca el político debe de olvidar que el objeto de su vida y compromiso constante es la mejora de la vida de los demás, de los más necesitados. Lograr esto es alcanzar la alegría, cuya duración requiere estar lejos de la perturbación, vivir una vida de moderación, de cultivo de la mente, de mantener lejano el miedo y a toda clase de superstición, sobre todo, de las que nacen bajo el influjo del poder, que de verdad, para muchos, son encantadores.
Para empezar, el político debe de olvidar toda reverencia hacia su persona y hacia los demás, olvidarse también de las jerarquías, desde luego, con el debido respeto, y tratar a todos por igual, se puede decir, que el trato igual a todos es una cualidad política que el político debe asumir. El camino es tratar a los otros países como propio, a las otras familias como si fuera la propia y a los otros como a uno mismo. Todo esto hablará de la existencia de un buen político.
Los malos políticos se sustentan en el egoísmo, la parcialidad y la falta de preocupación por la suerte de los demás. Ver por los demás es la misión fundamental del político, cuando esta ética sea universal se logrará el predominio del amor en el mundo, los poderosos disminuirán su opresión hacia los débiles, seguramente el hambre se alejará de la faz de la tierra y podremos vivir para siempre en paz.
No hay de otra, jamás se debe olvidar que un abnegado cumplimiento estricto de los deberes de uno mismo como políticos, es el pegamento más sólido que mantiene a la sociedad unidad y ordenada. El político empieza con él mismo para ser digno de servir a los demás.
La autoconciencia necesariamente hará ver al político que su mal desempeño como tal surge de la primacía de su interés personal y de su incompetencia para conducir las riendas del Estado. La falta de visión de gobierno es un producto muy común de los malos políticos.
Cierto, los malos gobiernos son fuente enorme de miseria humana, la formación humanística de los políticos parece ser una necesidad en nuestro tiempo. La ignorancia es la peor de las fuentes de la corrupción,
A los políticos les falta, con excepciones, el uso de la lógica, que no es más que el estudio de los métodos y principios utilizados para distinguir el buen razonamiento del malo. Parece que debemos de concluir que la fuerza interior y la tranquilidad mental son dos virtudes que ayuda al político a enfrentar la complejidad de las labores de gobernar y administrar la cosa pública.