En un mundo como el que estamos viviendo los seres humanos, en especial nuestros dirigentes políticos, nos vemos obligados a enfrentarnos a nuestros miedos, a nuestras inseguridades.
El miedo y la inseguridad son motores de nuestros comportamientos más cotidianos, porque nos enfrentamos y se enfrentan a un mundo frío e implacable, por ello, en medio del todo, estamos hambrientos de sentido, seguridad, consuelo, justicia, nos aferramos a la idea de una vida más allá de la muerte.
Estos deseos y miedos, firme y profundamente establecidos, explican, de alguna manera, por qué tantos se aferran a la religión a pesar de carecer de un soporte racional, como es el caso del Presidente Andrés Manuel López Obrador con la muestra de sus estampitas religiosas.
Pero debemos reconocer que existe una realidad espiritual que muchas veces nos acogemos en caso de necesidad. Esta realidad espiritual nos obliga a profundizar en nuestro ser y no solamente en el mundo exterior.
Para lograr adentrarnos en nuestro ser, debemos contener nuestras pasiones, en especial los políticos, por medio de una severa disciplina y la constante búsqueda de una vida transformada a través de una aspiración intensa y por medio de la meditación.
Pregunto: ¿cuántos de nuestros políticos son proclives a la meditación? ¿O cuántos de nosotros meditamos con la cotidianidad debida?
La meditación nos conduce a practicar deberes morales básicos, esenciales para el político. En primer lugar, siempre se debe de procurar el cumplimiento de las promesas y tratar siempre ser verídico en las cosas. En segundo lugar, se debe procurar a la reparación del daño a consecuencia de nuestras acciones, por lo menos habría que intentarlo.
El político, en todas sus relaciones, debe de responder a todo acto de bondad, es obligación para el político, con mucho más razón para todo serhumano. De la misma manera, el político debe buscar la distribución equitativa de los bienes sociales y procurar tratar a las personas como se merecen.
Esto significa la búsqueda constante del bien y en tratar siempre de esforzarse por ser una buena persona. Desde luego, esto implica no dañar a las demás personas.
Todos estos valores se deben practicar por el político y por el ser humano porque la existencia política es mayormente contingente. Por esta contingencia se emplean teorías que deben tomarse como herramientas o vocabularios que deben adoptarse o descartar según su utilidad y convenciones sociales. En esto es útil la filosofía que siempre es una conversación edificante que acerca a la verdad.
Es necesario no olvidar, en especial para estos momentos, que la principal virtud política es la solidaridad, que implica sensibilidad al sufrimiento ajeno y la empatía humana.
Por estos momentos debemos recordar que la gran contingencia de la existencia humana crea ansiedad, pero también genera oportunidades para la transformación social e individual, desde luego, son momentos de creatividad y de sublimación individual.
Vivir su momento y entenderlo es tarea primordial del político. Cuestionar seriamente verdades como el conocimiento objetivo, el progreso humano por medio de la ciencia y la tecnología, que se presentan como la nueva religión. Cuestionar también las creencias fundacionales completamente certeras, el lenguaje como fiel reflejo de la naturaleza y la fe en nuestra capacidad para construir teorías generales que proporcionen explicaciones totales y completas.
La pandemia actual nos obliga a esta serie de cuestionamientos. Las teorías generales, como de las pandemias, suelen ignorar la caótica heterogeneidad de la realidad y la importancia de los sucesos mundiales, individuales, sociales y a menudo se usan para favorecer a una élite.
El político debe considerar también que la teoría y reflexión moral debe centrarse en cuestiones de carácter, virtud y sabiduría, y no en identificar y seguir reglas morales correctas o maximizar buenas consecuencias.