En estos momentos de apremio que vive la humanidad, nos damos cuenta que la felicidad no la dan los placeres, sino que es la consecuencia natural de una vida con sentido, con rumbo, con camino que se sabe su destino final, que esta vida con sentido suele ser y nacer del esfuerzo y de la autodisciplina.
Nos damos cuenta que este esfuerzo, más que el propio éxito, es el ingrediente fundamental de la felicidad, si hacemos todo el esfuerzo y la disciplinanecesarias, seguro es superaremos cualquier contingencia por más problemática que sea.
Hoy también entendemos, en la reclusión social, que el hombre está condenado a ser libre, porque una vez arrojado al mundo, él sólo él es el responsable de todo lo que hace sea en lo individual o en lo colectivo, como ciudadano o como gobernante.
Entendemos también que una vida buena es aquella en que aprovechamos las oportunidades que tenemos, pensemos como hoy, en una vida sin oportunidades, sólo mirar por la ventana las calles vacías. No podemos olvidar que dadas nuestras ricas materias de conciencia y entorno, que la vida es inherentemente muy significativa y llena de colores y sabores.
Hoy también entendemos que la ley moral, si queremos, puede ser tan inmutable como las estrellas de la noche, e ir en su contra nos aboca a la frustración y a la infelicidad. Al hacer lo correcto, como ser solidarios con nuestra especie, nos creamos un mundo de orden y de paz.
A llegado el momento también en que nuestros gobernantes dejen de sacrificar lo correcto por lo conveniente, es necesario hacerles entender que hacer siempre lo correcto es siempre lo conveniente, que no hay contradicción en ello.
Para los seres humanos en lo particular, en estos momentos difíciles, actuar correctamente no es una opción más, no es una elección de más, sino el eje el que ha de girar la existencia de todos, seres humanos y naturaleza; recalcamos, la vida no tiene sentido si carece de la acción bien intencionada, sobre todo en nuestros gobernantes.
Esta acción bien intencionada va al parejo con la justicia, que es una necesidad vital y absoluta para el individuo, también es el tablón central del buen Estado. Es necesario no olvidar que la política es moral concentrada porque siempre ve por los demás y es muy lejana del yo.
Vale recalcarlo, aunque nacemos humanos, nos convertimos en persona mediante el cumplimiento desinteresado de funciones responsables con y en la sociedad, por eso, en estos momentos de crisis, no debemos ni podemos olvidar este hecho.
Lo anterior se acentúa con el político, además está obligado a vivir de forma sensata, noble y justa, es lo indispensable que se les puede exigir a las personas a quienes les hemos confiado nuestra vida y nuestra seguridad.
Es bien cierto que con la palabras y los hechos, en su correspondencia, vinculación dialéctica, nos integramos en el mundo humano, y esta inserción es como un segundo nacimiento, que esperamos que suceda después de la pandemia, en el que podamos confirmar y asumir el hecho desnudo de nuestro aspecto físico original y la calidad de nuestra alma.
Esperamos también que esta vinculación entre las palabras y los hechos sea norma de nuestros gobernantes puesto que su divergencia crea el sentimiento más nocivo para estos momentos: la desconfianza.
De verdad, la tarea y la grandeza potencial de los mortales, pues hemos demostrado tenerlas en nuestra historia, residen en su capacidad de producir cosas, obras, hechos y palabras que merecen sentirse, palparse, acordes y, en cierto grado al menos, estarlo con la perpetuidad de nuestra especie y con la esperanza puesta, por fin, en su emancipación del reino de la necesidad para arribar al reino de la libertad.