Desde antaño, los signos y los símbolos eran la totalidad de la política, pero eran sólo parte de la verdad, hoy como arte de magia se han transformado en la verdad efectiva a causa de un mundo intercomunicado e interdependiente, esto obliga al político aprender a desarrollarse y sobre todo, de actuar con esta realidad.
Hoy, el político que no sabe el arte del manejo de los signos y los símbolos está perdido. El signo en política significa la acción representativa de lo que el pueblo debe de conocer. En política se vive en un mundo de significados. El símbolo como representación de las ideas es una manera de comunicarse de una sola imagen que produce efectos.
Es fácil reconocer entonces que toda individualidad política se esfuma, se vuelve un mito. Los políticos, hoy en día, son unidades que reflejan lo ocurrido en los medios, más hoy con las redes sociales. El ciudadano se ha convertido en consumidor de imágenes y signos.
Para el político esto es una gran responsabilidad puesto que debe ser capaz de no ser atrapado por la realidad creada y con fines de dominio. Debe aprender a no ser atrapado, subsumido, este es su gran reto, desde luego tiene que ser un político bien formado para ello.
El político debe escapar de la realidad material y de la realidad de significados que él propio crea.
Desde luego, esto es así porque hemos alcanzado cierto grado de desarrollo en donde el centro de nuestras vidas es una cosa que ha cobrado vida propia, baila, canta, se retuerce, brinca, sobre ella gira toda nuestra vida, estamos subsumidos a ella, este personaje es la mercancía.
En nuestro mundo todo se vende y se compra, por tanto es un mundo en donde los signos y símbolos adquieren carta de naturalización. Todas nuestras relaciones son intercambios de valores iguales.
Hasta en el amor se manifiesta, puesto que cuando una persona expresa que en su pecho no cabe el inmenso amor que siente hacia otra persona, esta persona le responde que siente lo mismo, seguramente se acaba realizando un acto de unión o de matrimonio. En caso contrario, el susodicho se irá a una cantina a llorar su desgracia. El equivalente no se realizó.
En este mundo todos nos hemos convertido en mercancía, nuestro valor no se expresa por nuestro interior, sino por nuestro exterior, valemos si nos intercambiamos con efectividad.
Esta realidad que está ahí, que nos subsume, que nos mediatiza, es un mundo terrible, sin valores, principios, solo materialidad, pues bien, la función y responsabilidad del político, por todos los medios, es desvirtuar esta realidad, es hacerla confortable, vivible, posible, que tenga por principios la ley, la justicia, la libertad, el político nos invita a un mundo de símbolos y signos para ser llevadero este mundo materializado.
El arte del político es escapar de esta enajenación mercantil para ser capaz de transmitir otros valores, debe ser capaz de manejar un mundo en donde cada vez hay más información y menos significado emancipador.
El político debe asumir y entender que los medios de comunicación están del lado de los productores de la mercancía, de los que tienen el poder verdadero, estos poderosos manipulan a la gente, lo convierten en masa, para que la gente no piense.
También estos poderosos están del lado de la gente, de la masa, para manipularla, liquidan todo significado y símbolo creada por la política, son violentos en este objetivo.
Es problemático, la sociedad y los individuos se hallan enclaustrados en la tecnología del poder de la mercancía y en la cultura del consumo.
El político debe de huir de esto, no puede ser un consumidor más, debe de usar la concientización y la consciencia para ayudar al pueblo emanciparse de esta terrible realidad. Sin embargo, se ha corrompido, ya también es mercancía.