De verdad, en nuestro país urge que los políticos tengan por conducta normas éticas que tengan relación con el interés común.
Para ubicar adecuadamente la problemática, vale dividir a la Filosofía Moral en tres ámbitos fundamentales:
La meta ética: en este ámbito se investiga el origen de la moralidad, mediante el planteamiento de la subjetividad o la objetividad de la misma. Podemos decir que todos los políticos tienen una meta ética, una moralidad que envuelve sus acciones, podemos no estar de acuerdo o en acuerdo con tales metas éticas, sin embargo, ahí están, se haya a la vista.
Ética normativa: toda conducta moral de los políticos se encuentra determinada por normas éticas, sean aceptadas o no por la sociedad, pero que envuelven sus acciones.
Ética aplicada: cuando el político toma decisiones siempre será sobre los asuntos humanos, no puede excluirse de ello, aquí se enfrenta a problemas de decisión, como los problemas del aborto, la eutanasia, sólo como ejemplos.
En el mundo de las acciones y decisiones, los políticos se enfrentan a menudo a un universo absoluto de todo o nada, no hay manera de moverse en matices, por ejemplo, en la pena de muerte, se está o no a favor.
Todo político debe enfrentar las consecuencias de sus actos. Estos, más de las veces, lo correcto o lo incorrecto está en relación directa a la eficacia para conseguir determinados objetivos. Surge, en este contexto, la relación entre medios fines. Se dice que los fines justifican los medios, sin embargo, debemos de decir que tales medios tienen que ser éticamente legítimos.
Por ejemplo, en estos momentos, cuántos muertos vale aceptar por la pandemia para salvar nuestra economía, o al revés, cuánta crisis económica podemos soportar a partir de un mínimo número de muertos. El político, en este caso, deberá ser responsable de sus actos.
Para algunos políticos sus acciones son correctas o incorrectas independientemente de sus efectos. Por ejemplo, para algunos salvar vidas es lo más correcto, así que dispone que todos se queden en casa aunque la economía truene. O el otro político que determina que una crisis económica es más devastadora que los efectos de la pandemia y decide no enclaustrar a la gente y respetar las decisiones de las personas, se dice que esto es lo correcto independientemente de las consecuencias.
Muchos políticos se dejan guiar en sus acciones bajo el supuesto de que tales acciones forman parte de la naturaleza humana. Por ejemplo, cuando tienen la ansiedad de acumular más y más poder bajo el pretexto de que el ansia de poder, naturalmente, sólo se termina con la muerte.
Para muchos políticos la moralidad no surge a partir del conocimiento de los hechos, sino que se depende siempre de las emociones y de los sentimientos. En verdad, si las emociones y sentimientos surgen a partir del conocimiento objetivo de los hechos se gana bastante en la eficacia de las decisiones.
Para algunos la realidad objetiva determina en suma toda cuestión moral, esa realidad es aprehensible para el político. Para otros, la moralidad no existe en lo externo, en la realidad objetiva, sino en las creencias de cada quién acerca de la realidad o de las reacciones emocionales de la misma.
La realidad, en todo lo anterior, la relación entre hechos y valores puede poner en duda el estatuto verdadero de las pretensiones éticas aplicables a los políticos. Es la brecha, siempre interesante, entre el ser y el deber ser.
Aunque la formación, que es la nutrición del ser del político es condición indispensable de su deber ser, no hay de otra.