Es fundamental para el político de nuestro tiempo saber distinguir que su calidad moral se deriva de sus acciones y no del tipo de persona que es. A los políticos se les define por sus acciones y no por la calidad de persona que es, esto es definitivo, es una verdad de mucho peso. Argumentar que se es honesto cuando sus acciones no son concordantes, es una contradicción fundamental del político.
De esta manera, la virtud del político es una disposición que tiene que ver con sus decisiones y elecciones, que tienen que ver también con la ética y la razón. Regularmente la virtud se debe acompañar con el justo medio, por los equilibrios, por la idea de justicia.
En sus acciones, el político tiene que declararse amigo de los argumentos, que son los ladrillos necesarios para la construcción de las teorías, político que no sabe argumentar difícilmente goza del arte del convencimiento, arma fundamental para el gobierno de los pueblos. En los argumentos, en esos ladrillos, existe la lógica, que es la argamasa que une cada argumento o que une cada ladrillo. Así, las buenas ideas de los políticos pueden ser poca cosa al menos que se apoyen en buenos argumentos.
Existe en nuestro medio el desarrollo político, tanto práctica como teórica, de esta manera, los argumentos deben justificarse racionalmente, esto no se consigue sin los fundamentos lógicos necesarios, que deben ser firmes y rigurosos. Desde luego, deben ser expuestos con claridad, ser susceptibles de evaluación constante, de crítica y de autocrítica, este proceso de continuidad de reacción, revisión, rechazo, permite el desarrollo teórico, científico y político para alimentar las acciones del político y del arte del gobierno.
En este ejercicio de alimentarse adecuadamente de los argumentos, de la lógica, de la ética, de las teorías y de la ciencia para respaldar sus acciones, el político se ve obligado a situarse en el mundo de los paradigmas, debe ser valiente y atreverse por su bien, entrar en una vasta red flexible delimitada de ideas y supuestos compartidos, de métodos y prácticas comunes, pautas implícitas sobre temas adecuados para la investigación y la experimentación, técnicas probadas y modelos de evidencia acordados, interpretaciones sin ser cuestionadas, actuar en medio de paradigmas infieren la necesidad de constante formación del político.
De esta manera, la noción de un cambio radical en el modo de pensar y mirar las cosas de la gente es muy sugerente para todo político. En este sentido, el político puede usar la lógica más simple, esto es, cuando se ofrecen dos o más acciones para tomar la decisión, es razonable tomar la acción más simple, la que supone el supuesto más evidente. Es como la lucha en contra de la pandemia, lo más simple es hacer evitar los contactos entre la gente. Este método se conoce como la navaja de Ockham.
Si bien actuar en el ámbito de los paradigmas imperantes, por ejemplo, la aceptación de que vivimos en el mundo de los derechos, sin embargo, el rompimiento de este paradigma ya es una necesidad y que debe acompañarse en un mundo de los deberes de la sociedad, en virtud de la incapacidad de los gobiernos para satisfacer las demandas de la población que día a día aumentan.
Romper paradigmas y atreverse a pensar diferente habla bien del político, la conformidad con lo existente, sea el mundo de las acciones, de las teorías, de los modelos, de los esquemas, siempre será limitante para el político, el atrevimiento es virtud al final del día.