Antonio Salgado Borge
Las extraordinarias medidas tomadas recientemente por las principales redes sociales para combatir la desinformación tendrán un efecto positivo a corto plazo. Sin embargo, cuando se revisa con cuidado el origen y la implementación de estas medidas se revela un conflicto que todavía está muy lejos de solucionarse.
Facebook, Twitter y Youtube, las redes sociales más influyentes en el mundo, han anunciado acciones independientes sin precedentes para restringir publicaciones problemáticas, como las campañas anti-vacunas, las teorías de conspiración relacionadas con QAnon y la desinformación política, particularmente aquella que tiene el potencial de incidir en procesos electorales.
Esta redada ha sido fuertemente criticada por algunos grupos o usuarios que se han visto afectados. Dos elementos comunes son identificables en su crítica.
El primero es que la queja suele ser una y la misma: las redes están discriminando directamente en contra de grupos específicos que suscriben las ideas representadas en los contenidos bloqueados. La pregunta que representa a esta queja es, “¿por qué a nosotros sí se nos censura y a otros grupos no?”
El segundo es que, si bien las causas que los grupos afectados atribuyen a la censura varían, éstas se suelen enredar alrededor de un eje común: el reclamo de que hay una motivación oscura e inconfesable detrás de la restricción de ciertos contenidos. Este reclamo se ve representado en la pregunta, “¿quién será la mano que mece la cuna detrás de la decisión de censurarnos?”
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Así, quienes comparten contenidos anti-vacunas suelen asegurar que son víctimas de un bloqueo empujado por grandes farmacéuticas y quienes se identifican con QAnon afirman que esto es una muestra más del poder que el grupo de pederastas que controla el mundo tiene sobre las redes sociales.
Algo similar ocurre con la desinformación política. En México, Facebook restringió una publicación de FRENAAA que afirmaba falsamente, entre otras cosas, que más de 180,000 personas se reunieron en el Zócalo en una protesta contra AMLO. Algunos simpatizantes de este movimiento han alegado que esto es una evidencia más de que el actual gobierno mexicano mueve a Facebook para censurar a sus críticos en redes sociales.
La misma lógica se reproduce en Estados Unidos. Entre los contenidos restringidos o anunciados como problemáticos por las principales redes figura un reportaje del periódico The New York Post, que incluye supuesta información sobre el hijo de Joe Biden. Donald Trump ha respondido difundiendo la narrativa de que el Partido Demócrata está detrás de estas restricciones.
En realidad, ambos reclamos son insostenibles.
Aunque hay mucho que se puede y debe criticar a las grandes redes sociales, su intolerancia hacia contenidos falsos o peligrosos no es una de ellas. La crítica que varias personas hemos hecho a las redes desde hace años es su excesiva tolerancia a contenidos chatarra que impacta directamente en la viabilidad de la democracia y en las vidas de millones de personas.
Por ejemplo, apenas hace unos días Facebook anunció que, finalmente, prohibiría los contenidos que niegan el holocausto. No sólo el genocidio de millones de personas judías es un hecho indisputable, sino que su negación implica borrar la impactante lección que este evento dejó al mundo. Sin embargo, a pesar de su origen judío, Mark Zuckerberg había privilegiado la defensa de su concepción de libertad de expresión por encima de la veracidad y de los efectos sociales de los contenidos que circulan en su red.
La creciente presencia de este tipo de narrativas, y los efectos que de ellas se derivan, muestran que si algo hace falta a las redes sociales es más y no menos intolerancia a contenidos clasificables como falsos o peligrosos. A lo anterior hay que sumar que, al menos por el momento, no hay evidencia alguna de que las redes estén censurando con un criterio distinto a esta clasificación en mente. La idea de que Facebook y otras redes están utilizando un filtro injusto para limitar el contenido de ciertos grupos es, entonces, insostenible.
Alguien podría argumentar, como lo hacen los grupos de la alt-right en Estados Unidos o FRENAAA en México, que las redes han impactado desproporcionadamente a grupos conservadores al aplicar sus filtros. Como evidencias en respaldo de este argumento se suele aludir a que se ha limitado a The New York Post y no a The New York Times, que se ha restringido contenido de Donald Trump, pero no contenido de Joe Biden o que se ha atajado a grupos como QAnon y a los antivacunas, pero no a foros prociencia.
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Pero a este argumento se puede responder que su lectura de los hechos implica poner el carro por delante del caballo. El hecho de que buena parte de los contenidos restringidos sean de grupos conservadores es una consecuencia del tipo de contenidos que circula en estos grupos; es decir, el caso es que estos grupos son limitados por la naturaleza de su contenido, y no que el contenido es limitado por la naturaleza del grupo con que se asocia, como ellos afirman.
Tampoco se sostiene el argumento de que la súbita intolerancia de las redes sociales a algunos contenidos es ocasionada por presiones de intereses afectados. Suponer que gobiernos como el mexicano tienen poder sobre Facebook implica no dimensionar adecuadamente el tamaño económico y político de esta compañía. En realidad, países como México deben cuidarse de lo opuesto; en nuestro país el riesgo es que Facebook y otras grandes empresas terminen dictando a nuestros gobiernos las políticas para regularlas.
La misma lógica aplica en los casos de farmacéuticas y de redes criminales. Por mucho que uno pueda estar en desacuerdo con la forma en que se conducen, es falso que éstos tienen algún poder sobre Facebook, Twitter o Youtube.
Las críticas de los grupos conservadores a las restricciones implementadas por las redes sociales no se sostienen. Sin embargo, sería un error dejar pasar esta oportunidad. Y es que estas críticas revelan que existen al menos dos puertas abiertas que tendrían que ser cerradas con urgencia.
La primera es que las restricciones que hemos visto en días recientes han ocurrido por decisión de los directivos de las principales redes. La presión cada vez mayor de una parte del público y las amenazas de regulación que penden sobre sus cabezas han obligado a Facebook y compañía a hacer un esfuerzo mínimo para limitar contenidos falsos o peligrosos, en contraste con lo que durante años dictaron sus intereses. Hasta ahora, sus esfuerzos son desorganizados e impulsivos: sus directivos deciden sobre la marcha y de acuerdo con las condiciones de caso, aquello que se vale y aquello que no se vale.
La segunda es que, aunque las restricciones implementadas han seguido criterios sensatos y claramente identificables por el momento, y a pesar de que no hay evidencia de que estas restricciones estén siendo utilizadas intencionalmente para promover agendas políticas, dado el estado actual de cosas, nada impide que en un futuro este pueda ser el caso.
En este sentido, aunque infundadas, las críticas mencionadas arriba son un recordatorio de la urgente necesidad de contar con mecanismos regulatorios democráticos, uniformes y claros capaces de cerrar estas dos puertas. Será hasta entonces que las insinuaciones y quejas de quienes hoy se dicen censurados terminen perdiéndose en la irrelevancia.
Fuente: Aristegui Noticias