Cipriano Miraflores
Por la pandemia y la crisis económica entendemos que toda vida está interrelacionada, todos estamos atrapados en una red inevitable de reciprocidad atados en una misma vestidura de destino. Todo cuanto le afecta a uno directamente, afecta a todos indirectamente. Esta es la nueva realidad.
Hoy la política adquiere otra dimensión. Pudiésemos recordar que la política no es más que la piel de la vida social bajo la cual encontramos una experiencia más profunda de nosotros mismos y los demás. En esencia, la vida política es un proceso no un producto. En este proceso vamos todos.
El próximo tres de noviembre habrá elecciones en los Estados Unidos de América, el señor Trump y mucha de su gente cree que en política siempre se necesita de un enemigo.
Su gobierno se esfuerza para lograr que estemos asustados y tengamos odio y, de este modo, nos unamos a él. En caso de no tener un enemigo real, inventará uno para que los ciudadanos americanos se movilicen.
En realidad, si queremos cambiar nuestra vida cotidiana, podremos cambiar nuestros gobiernos y podremos cambiar el mundo. Este es el gran reto cívico de todos. El tipo de sociedad en que vivimos nos hace ser olvidadizos de esta necesidad, por este motivo necesitamos una práctica que nos ayude a ser conscientes.
Vivimos el mundo como un sentimiento de carencia, de deficiencia, de irrealidad y como contrapartida solemos pasar nuestras vidas intentando conseguir cosas que creemos que nos harán más reales.
De hecho, muchos de nuestros problemas pueden remontarse a esta sensación ilusoria de individualidad colectiva, este ego colectivo o ego de grupo. Puede definirse como nuestra propia raza, clase, sexo, nación, religión.
En cada caso se crea una identidad colectiva distinguiendo al propio grupo de otro. Como el ego personal, lo interior se opone al exterior ajeno, y ello hace que el conflicto sea inevitable. Sea por competencia o por seguridad.
Resolver nuestros problemas a partir de este ego colectivo es seguir el camino de más de lo mismo. En lugar de enfatizar la dualidad entre el bien y el mal, es más objetivo distinguirla entre tendencias sanas e insanas.
Las fuentes principales de las conductas insanas son: la codicia, la aversión y la confusión. Las tres deben transformarse en sus equivalentes positivos: generosidad, bondad y la sabiduría.
Si no lucho con la codicia en mi interior, es muy probable que, una vez en el poder, yo también tienda a sacar provecho de la situación para satisfacer mis propios intereses.
Si no reconozco la aversión que hay en mi propio corazón, seguramente proyectaré mi odio hacia aquellos que obstaculizan mis propósitos.
Si no soy consciente de que mi propia noción de la dualidad constituye una peligrosa confusión, entenderé la cuestión del cambio social como mi propia necesidad de dominar el orden sociopolítico.