Las cenizas de Arturo Lona Reyes (1 de noviembre de 1925- 31 de octubre de 2020), conocido como el Obispo de los pobres, fueron depositadas, el lunes 9, en una bóveda de la Catedral de Tehuantepec, luego de la misa exequial, presidida por el Obispo, Monseñor Crispín Ojeda Márquez, acto que convocó a decenas de dolientes, entre familiares, amistades, religiosos y laicos de las congregaciones católicas.
Ahí mismo, en un acto artístico y cultural, organizado por la congregación de maristas, diversos ponentes contaron sus vivencias, acompañados por la banda de música de Jaltepec de Candayoc, Mixes. Lona Reyes fue considerado, por el Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas (Cenami), como “uno de los fermentos del caminar de la Iglesia Latinoamericana”. Se leyó una carta de condolencia del Papa Francisco, reconociendo su servicio a Dios y a su iglesia, expresando su profundo sentimiento de pesar a quienes le lloran. Sus cenizas habían vuelto de su estado natal de Aguascalientes.
Dice Bernardo Barranco que, con él, desaparece una valiosa generación de obispos progresistas que, junto con otros prelados, hicieron suyas las orientaciones de Medellín y Puebla, sobre la opción preferencial por los pobres, forjando una iglesia solidaria contra las injusticias y procurando el respeto por los derechos humanos. No le gustaba que le calificaran como obispo progresista, sino un pastor de una diócesis del Tercer Mundo. Pese a los ataques y amenazas que sufrió, “fue un pastor que encontró fuerza en su tenacidad, para convertirse en un héroe de la fe”.
Lona Reyes no fue un teórico de la Iglesia, pero sí un hombre sabio, un ser práctico, un conciliador entre autoridades y gente que reclamaba derechos. ¿Cuántas veces, por ejemplo, no sacó a detenidos de las cárceles, apoyado solo en su palabra y su presencia moral?
Gloria Sánchez, en homenaje realizado en el Congreso estatal, recordó que durante los años 1978-1979 los templos del Istmo fueron escenario de huelgas de hambre, por parte de familiares de presos políticos, acción que respaldó el Obispo. Esto le generó rechazo de grupos del poder económico y político que exigieron su salida. Lejos de atemorizarse, don Arturo profundizó su compromiso con las luchas sociales. Sin apartarse de su ministerio, creó entonces el Centro de Derechos Humanos Tepeyac.
En el año 1973 –me cuenta el padre Eleazar López- Lona Reyes fungió como responsable de la Pastoral Indígena de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Con otros obispos de la Región Pacífico Sur, elaboran el documento para “Impulsar la pastoral desde los pobres y los pueblos indígenas”. Existe otro texto (1973-1979), emitido por el Cenami, centro del que también fue titular, titulado “Los fundamentos teológicos de la pastoral indígena”.
Las ideas sobre la opción preferencial por los pobres y la defensa de la vida, se plasman en documentos que, a partir de 1991, publica la diócesis. Entre ellos “El magisterio pastoral de la Región Pacífico Sur”. En 1976 había salido a la luz otro: “Nuestro compromiso cristiano con los indígenas”.
La Diócesis, conserva sus mensajes de pascua, de navidad, hacia los refugiados guatemaltecos, el alcoholismo, el narcotráfico y sobre “Cómo vivir cristianamente el compromiso político. Cuando hablaba sobre “Los bienes temporales”, se preguntaba: “¿Y los ricos: qué pasa?”. Toda esta narrativa, buscaba la comprensión de otros sectores de la Iglesia a favor de la opción cristiana por los pobres. Para fortalecer dicho compromiso, el Tata Obispo organizó el Primer Sínodo Diocesano, entre 1996 y el año 2000, cosa que no gustó a la jerarquía eclesiástica.
En los rituales de despedida, artistas como Martha Toledo, José Hinojosa, y otros, le cantaron música regional que tanto le gustaba, porque don Arturo era poco dado a la solemnidad: alegre, bromista y un gran comunicador. En los últimos tiempos, lo acompañaba un equipo integrado por Juan Rodríguez, Félix Castellanos y Juan Acuña, pero particularmente su fiel y abnegada asistente de tantos años, Isabel De Gyves.
Dos semanas después de su partida física, lo van a extrañar, también, las clarisas capuchinas con quienes se alojaba en Tehuantepec. Otras hermanas, las dominicas de Santo Tomás de Aquino, le cantaron así durante la velación de sus cenizas, para recordarlo en la posteridad: “… No es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós; muy pronto, allá en el cielo, nos reunirá el Señor… “
@ernestoreyes14