* Las nuevas mafias que controlan los sindicatos de transportistas representan parte de la reserva electoral con votos ensangrentados en la estrategia del presidente Andrés Manuel López Obrador de “abrazos, no balazos”.
* Usan de manera genialmente perversa a los sindicatos de transportistas como grupos de choque, convertidos en mercenarios al servicio del mejor postor, para invadir tierras y robar inmuebles en el estado.
Salvo su mejor opinión, a nuestro leal saber y entender, la creciente violencia e inseguridad, se ha convertido en un gran negocio controlado, de hecho, por algunos sectores de los tres órdenes de gobierno.
Usan de manera genialmente perversa a los sindicatos de transportistas como grupos de choque, convertidos en mercenarios al servicio del mejor postor, para invadir tierras y robar inmuebles en el estado.
Al saber que pagan protección algunos transportistas se dedican a la distribución de drogas en los antros, bares, cantinas y prostíbulos establecidos en el cinturón del vicio de la capital y los municipios conurbados.
Nada de extraño tiene que frecuentemente ocurran agresiones, ejecuciones y enfrentamientos entre los sindicatos de transportistas, como el ataque ocurrido ayer en la Colonia Reforma contra Francisco Ezequiel Cortés Hernández.
El dirigente de la Confederación Joven de México (CJM), fue agredido a balazos por un grupo de choque de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), cuando se encontraba notificando una obra con personal de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje.
¿Por qué el gobierno federal y estatal garantiza la impunidad a las nuevas mafias del transporte? Porque son grupos de choque a su servicio a grado tal que, algunas de estas se han convertido en partidos políticos.
En tales condiciones, estas nuevas mafias representan parte de la reserva electoral con votos ensangrentados como parte de la estrategia del presidente Andrés Manuel López Obrador de “abrazos, no balazos”.
En honor a la objetividad, ciertamente, no es un fenómeno sociopolítico nada nuevo. Una de las principales estrategias del Estado mexicano, a través del viejo PRI-gobierno, era mantener el control del hampa.
Son paradigmáticos los casos de los hombres leyenda de la escuela policial mexicana. Florentino Ventura Gutiérrez, José Salomón Tanús, Jesús Miyazawa Álvarez y, por supuesto, Arturo El Negro Durazo Moreno.
Salvo alguna honrosa excepción, cual más cual menos, todos eran consumados hampones que mantenían a raya a la delincuencia común y organizada a grado tal que, quien se brincaba la barda era ejecutado.
Para hacer respetar las reglas del juego contaban con el apoyo del trabajo de inteligencia que realizaba la todopoderosa Dirección Federal de Seguridad (DFS). Los ojos y oídos de la policía política veían y oían todo.
Ese trabajo lo realizaban genialmente Fernando Gutiérrez Barrios, Luis de la Barreda Moreno, Javier García Paniagua, Miguel Nazar Haro, con el invaluable apoyo del Ejército, ya que varios de ellos eran ex militares.
El secreto de la exitosa piedra filosofal era su acendrado amor a México. Eran nacionalistas y patriotas. Además, anteponían su mayúscula soberbia a la estrecha coordinación entre corporaciones.
No estaba a discusión, de ninguna manera, su amor y compromiso al servicio de la Patria, lo que facilitaba mantener la confianza de las Fuerzas Armadas y agilizar el apoyo de estas en operativos conjuntos.
Todos estos singulares personajes encarnaban, ejercían y mantenían el monopolio del uso legítimo de la violencia en la ejecución del orden consagrado en la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.
El punto de quiebre se dio a nivel nacional y estatal cuando la anarquía, es decir, la falta de respeto y de hacer respetar la Ley, se convirtió en la principal fuente de riqueza mal habida de los gobernantes y políticos.
La peor consecuencia de ello para el pueblo bueno y sabio, es la perdida de la gobernabilidad y de la gobernanza. Claro, que de ninguna manera es causal ni mucho menos fortuito. Forma parte del caos controlado.
No hay que olvidar que siempre será más fácil controlar, manipular y, consecuentemente, gobernar a un pueblo hundido en el miedo. Imponer directa o indirectamente el terror en el pueblo facilitar gobernarle.
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