Fotografía de Irma Pineda.
Patricia Vega
Fotografía de Felipe Luna Espinosa
SemMéxico/Gatopardo, Cd. de México2 de diciembre, 2021.-Irma Pineda empezó su vida escuchando los poemas en español que le leía su padre y nutriéndose del idioma diidxazá que oía de su madre. Todo cambió el día en que el ejército irrumpió en Juchitán y se llevó a su padre para siempre. La poeta zapoteca es heredera de una tradición combativa, de protesta y de organización política y social; tanto su cultura como su militancia le han permitido hacerse de un lugar digno en el mundo. Hoy representa a los pueblos indígenas de América Latina y el Caribe ante la ONU.
Dxi naa guca’ xcuidi / En los días de mi infancia
Nanadxiichepia’ ca biulú ca / tuve la certeza de que los colibríes
nabépe nadidi ruaaca’/ eran aves de boca larga
cadi tisi siualani que/ no sólo porque era largo su pico
tisi guirá ni rúnidu riní’ ca’. / sino porque todo contaban.
Irma Pineda, “Dos es mi corazón”
Irma Pineda Santiago estaba a unos meses de cumplir cuatro años. Cuando no estaba alfabetizando, educando políticamente o asesorando a campesinos comuneros en su papel de promotor agrario, durante las tardes calurosas en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, su padre, el maestro de primaria y dirigente político Víctor Pineda Henestrosa —conocido por su apodo: el Biga (zurdo) Yodo— solía mecerse en una hamaca y colocar sobre su panza a su pequeña hija, mientras le leía en voz alta a los poetas españoles de la Generación del 27. La niña escuchaba la cadencia en su voz, hasta quedarse plácidamente dormida, mientras se familiarizaba con la rima y la musicalidad. Para ella, la poesía quedó asociada al amor y el cuidado paternos.
Fotografía de Irma Pineda.
Aunque era muy apegada a su papá, Irma recuerda que su madre, también maestra, Cándida Santiago Jiménez, así como sus abuelos por ambas líneas, le contaban muchas historias y leyendas sobre las raíces de la cultura binnizá (zapoteca). Al escuchar a sus abuelos y abuelas monolingües relatarle la historia del origen de su pueblo en diidxazá —“lengua de las nubes”, “palabra-nube”, en su variante de la planicie costera, en el Istmo de Tehuantepec—, la futura poeta aprendió su lengua y a ser fuerte: “Firme como las piedras, orgullosa como los árboles, aguerrida como el jaguar y el ocelote…”.
—No sé si así ocurre en todas las culturas, pero en la mía así fue: crecí con esas certezas. Eso ha ayudado a los zapotecas a salir y dar la cara al mundo, tal vez con menos temor y menos miedo.
Esa vida familiar, de la que también formaba parte un bebé de apenas un año —su hermano Héctor “Yodo” Pineda—, se vio interrumpida de manera abrupta y violenta el 11 de julio de 1978, cuando un comando del Ejército mexicano, en pleno centro de Juchitán, a plena luz del día y frente a múltiples testigos, bajó al Biga Yodo de su auto y se lo llevó por la fuerza a causa de su destacado papel en la Coalición Obrero, Campesino, Estudiantil del Istmo de Tehuantepec (COCEI), uno de los movimientos pacíficos de izquierda más activos de América Latina. Nunca más se volvió a saber nada de él. El nombre de Víctor Pineda Henestrosa forma parte de una larga lista de líderes políticos de oposición víctimas de la desaparición forzada en México. Las respuestas gubernamentales han sido inverosímiles o insatisfactorias; por eso, año con año, Irma se ha unido a su familia para encabezar numerosos mítines y manifestaciones en los que exigen justicia y la presentación con vida de Víctor Yodo. A pesar de las décadas transcurridas, el caso continúa abierto.
La repentina ausencia del padre resultó en un trauma tal que la niña dejó de hablar. Irma Pineda ni siquiera menciona el impedimento físico que sufrió aquellos años. Fue Na Cándida, su mamá, quien le relató el episodio a Francisco López Bárcenas, profesor e investigador en El Colegio de San Luis y asesor de diversas comunidades indígenas. “Estaban tan asustados por el mutismo de la niña que su mamá y su abuelo, Ta Toño, la llevaban a la ciudad de Oaxaca para que la atendiera un psiquiatra”. Su madre afirma consternada: “Ese silencio del que se habla en la infancia de Irma no fue algo metafórico”.
Cuando Irma cursaba la educación primaria y ya había aprendido a leer y escribir en español, optó por refugiarse en la lectura de los libros de los poetas españoles que luchaban contra el franquismo y cuyo contenido empezaba a comprender.
—Y les encontré mucho sentido —explica la poeta zapoteca— porque me tocó nacer en el contexto de la lucha de la COCEI.
“Yo respondería que mi infancia fue bipolar, si es que se puede aplicar esa palabra para definirla”, dice la poeta y describe ese periodo: “Al mismo tiempo que había mucho dolor por la ausencia física de mi padre, mi hermano y yo no alcanzábamos a entender bien este concepto de ‘desaparecido’ —en nuestra imaginación infantil lo veíamos encerrado en unas mazmorras como las de un castillo— y mucho menos, el de ‘desaparición forzada’. Al año siguiente alguien les habló a mi mamá y a mi abuela Lucina sobre la señora Rosario Ibarra de Piedra y la organización Eureka, que fundó en 1977, formada por madres y familiares de desaparecidos.
” Viajamos a la Ciudad de México y nos integramos al grupo. Y, al mismo tiempo que se hacía toda esta labor de búsqueda y gestión con las autoridades para que escucharan y dieran respuesta al tema de presos, perseguidos, desaparecidos, exiliados políticos, etcétera, había niños y niñas de nuestra edad con quienes coincidíamos y nos acompañábamos. El estar con otras familias que pasaban el mismo dolor que nosotros nos hacía sentir ese encuentro y solidaridad que hacían que el dolor fuera más pasable.
” Y, cuando regresábamos al pueblo, salíamos a jugar como cualquier niño o niña; nos divertíamos y corríamos mucho, teníamos mucho espacio verde, mucho patio. Además, te estoy hablando de una época en donde en Juchitán casi no había vehículos: que pasara un vochito viejo por ahí era todo un acontecimiento y salíamos corriendo a verlo. O que cruzara un avión el cielo era todo un asombro y también salíamos corriendo de la casa, para mirarlo”.
El fotógrafo Heriberto Rodríguez llegó a Juchitán unos meses después del secuestro de Víctor “Yodo” Henestrosa. Recuerda que tres años más tarde, después de casi una década de lucha, en 1981, la COCEI ganó las elecciones municipales de Juchitán, un triunfo que permitió la creación del ahora mítico Ayuntamiento Popular de Juchitán. Éste fue el primer éxito en urnas de una fuerza de izquierda en el país, según se consigna en diversas crónicas sobre la historia del movimiento político-social. Encabezó el ayuntamiento Leopoldo de Gyves hijo, cuyas propuestas de corte socialista y comunitario convocaron la presencia y solidaridad de diversas personalidades vinculadas con la izquierda mexicana de la talla del pintor Francisco Toledo, la escritora Elena Poniatowska, el cuentista Eraclio Zepeda y el científico y político Heberto Castillo.
Irma tendría unos ocho años, Heriberto así lo atestiguó, cuando fue arropada por muchos en este caldero cultural en plena ebullición, que lo mismo le permitía refugiarse en los libros de la Biblioteca Popular Víctor Yodo —creada en homenaje a su padre— que participar en los talleres de la Casa de la Cultura que dirigían, entre otros, los escritores y fieros defensores de la cultura juchiteca Macario Matus y Víctor de la Cruz. También pudo debutar como locutora bilingüe en los programas infantiles que produjo la feminista Marta Acevedo para Radio Ayuntamiento Popular y ser parte del famoso “escuadrón mosquito” que, de acuerdo con la versión de Héctor “Yodo” Pineda Santiago —su hermano menor, también poeta, maestro y activista magisterial— era un “grupo de niños y adolescentes que constituía la avanzada de las marchas. Sus integrantes tenían instrucción de escuela de cuadros, formación de vida que exaltaba la necesidad ética de la lucha social y la pertinencia de que, desde pequeños, nos involucráramos en las mejores causas del pueblo”. La COCEI retomó, como una de sus líneas de acción, volver los ojos hacia la cultura binnizá. Muchos de sus políticos, líderes y artistas actuales comparten haber sido miembros del “escuadrón mosquito”.
Pero no hay que pasar por alto que se alfabetizaba a los niños en español: por eso, los primeros poemas de Irma Pineda están escritos en este idioma. Ella recuerda que no había una educación realmente bilingüe en las escuelas públicas. Quienes influyeron en su formación literaria durante esos años fueron Enedino Jiménez, su maestro en segundo y cuarto años de primaria, quien vio que le gustaba escribir y la motivaba a seguir haciéndolo, y el poeta Víctor Terán, a quien visitaba para enseñarle lo que escribía porque era su vecino y amigo de la familia. Ambos poetas le dieron muchos libros y le enseñaron el alfabeto en diidxazá.
Al terminar la secundaria, Irma salió corriendo del pueblo porque la única opción era un tecnológico y las matemáticas no eran su fuerte. Pero hubo otra poderosa razón: los novios tenían la costumbre de “robarse” a las chicas de esa edad y luego casarse con ellas. No sabía cuál sería su destino, pero sí tenía muy claro que no quería llenarse de hijos desde los quince años.
Una tía que vivía en Toluca, capital del Estado de México, le ofreció techo y comida a cambio de que, por las tardes, le ayudara con los quehaceres de la casa; en las mañanas, podría ir a la universidad.
Lo que parecía un excelente trato se convirtió en un segundo golpazo. Nadie hablaba en diidxazá, ni siquiera su tía, que sí lo dominaba. La primera vez que intentó hablar con la hermana de su mamá en ese idioma, le dijo: “No, tú olvídate del zapoteco; aquí no lo vamos a hablar porque si no, nunca vas a aprender a hablar bien el español”.
Si no podía hablarlo —se propuso—, entonces lo escribiría. Empezó a escribir, en forma lírica, sobre temas como la añoranza y el dolor. Más adelante, publicó bajo el seudónimo “Santida” —una combinación de sus dos apellidos— sus primeros poemas en una revista de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma del Estado de México. Como a la gente le gustaban y le pedían más, tuvo que escribir otros y, de repente, la invitaban a una lectura en una facultad, en un café. Poco a poco empezó a abordar aspectos de las costumbres de su pueblo, de la cultura, de las tradiciones, y eso también gustaba mucho. Al concluir sus estudios ya contaba con un buen número de poemas en la bolsa y se había empezado a correr la voz sobre la calidad de la escritura de la misteriosa autora, que seguía escribiendo en español porque no estaba segura de que a los “chavos de la universidad les interesara leer en diidxazá”.