Uno de los mayores desafíos de 2022, justo dos años después de que un brote regional en Asia se convertía en pandemia global, es frenar la agudización de la desigualdad social en el mundo, uno de los efectos más tóxicos del covid-19 después de la pérdida de vidas humanas y el menoscabo de la salud de los afectados.
En efecto, como resume Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, crítico de la globalización, “esta pandemia golpea más a la parte baja de la escala socioeconómica, que pierde sus empleos de manera desproporcionada, respecto al promedio de la escala de percepción de ingresos. Los de abajo se llevan lo peor”.
En términos semejantes, para el economista Francisco Ferreira, egresado de la London School of Economics y especialista en estudios de desigualdad, “hay buenas razones para pensar que la pandemia creó desigualdades y ahondó las disparidades de ingresos existentes dentro de los países. En muchos países hay datos de larga data que demuestran que la gente que entra al mercado laboral durante una recesión grave gana menos que las cohortes que la siguen y la preceden, y que la diferencia persiste durante muchos años”.
Una desigualdad laboral que, abunda en su ensayo “desigualdad en tiempos de covid-19”, publicado en la revista Finanzas y Desarrollo, se multiplica en tiempos de contingencia y confinamiento porque la posibilidad de trabajar a distancia está sumamente correlacionada con la educación y, por ende, el ingreso antes de la pandemia. Aunque se habla de “trabajadores esenciales” y se proclama que “todos estamos juntos en esta situación”, la cruda realidad es que las pérdidas de empleo e ingreso probablemente hayan golpeado con especial dureza a los trabajadores menos calificados e instruidos.
En el mismo tenor, el Informe sobre financiamiento para el desarrollo sostenible 2021 de la ONU señala que la economía global ha experimentado la peor recesión en 90 años, con los segmentos más vulnerables de la sociedad afectados de manera desproporcionada. Se estima que se han perdido 114 millones de puestos de trabajo y alrededor de 120 millones de personas han vuelto a sumirse en la pobreza extrema.
Ahora bien, la agudización de las desigualdades no es una tendencia anómala, sino el recrudecimiento de un fenómeno ampliamente documentado por pensadores como Thomas Piketty, el carácter excluyente de la globalización, una variante del capitalismo que ha abierto los mercados y generado riqueza en la dimensión macro, pero al mismo tiempo ha concentrado el ingreso en cada vez menos manos, y más aún en tiempos de penuria y emergencia sanitaria que el sentido común pensaría estimularían la solidaridad mundial y el apoyo a los que menos tienen.
Las frías cifras así lo revelan: de acuerdo con Oxfam, “la fortuna de los 10 hombres más ricos del mundo se duplicó desde el comienzo de la pandemia, hasta alcanzar su punto más alto en la historia, 13.8 billones de dólares, mientras los ingresos de 99 por ciento de la humanidad se redujeron”.
En el informe denominado Las desigualdades matan, esta organización no gubernamental de combate a la pobreza sugiere que, como también ha planteado la ONU, una medida determinante para atenuar los efectos económicos, sociales y sanitarios de la pandemia sería eliminar la propiedad intelectual de las patentes de vacunas, sacrificar la plusvalía privada por la vida, la salud y la justicia mundial.
A nivel de América Latina, según la revista Forbes, mientras en la lista anual publicada en marzo de 2020, precisamente cuando empezaba la pandemia, había un total de 76 multimillonarios en América Latina y el Caribe, con un patrimonio neto combinado de 284 mil millones de dólares, en marzo del 2021 el número de multimillonarios alcanzó la cifra de 105, con un patrimonio combinado de 448 mil millones de dólares.
Es decir, casi se duplicó su fortuna en apenas 12 meses, los más difíciles para la inmensa mayoría de los habitantes del subcontinente.
En contraste, el Banco Mundial proyecta un incremento de la pobreza en la región de América Latina y el Caribe de 24 por ciento en 2019 a 27.6 en 2021. Mientras, con sus indicadores, la Cepal observó, en el periodo 2019-2020, un incremento de la pobreza moderada de 30.5 por ciento a 33.7 por ciento, y un aumento de la pobreza extrema de 11.3 por ciento a 12.5 por ciento, tendencia desfavorable que se mantiene.
En suma, hay una necesidad universal de controlar la pandemia sanitaria, por razones de vida y salud, pero también es imperativo revertir sus efectos doblemente nocivos en los sectores que menos tienen, para lo que es preciso, para empezar, dar viabilidad a los tres objetivos de la ONU: a) liberación de patentes de las vacunas, en contra de los intereses de las grandes farmacéuticas; b) cumplir el compromiso de ayuda oficial al desarrollo del 0.7 por ciento del PIB y proporcionar nueva financiación en condiciones favorables para los países en desarrollo, especialmente los menos desarrollados; c) evitar el sobrendeudamiento proporcionando liquidez y apoyo para el alivio de la deuda con el objetivo de que los países en desarrollo puedan combatir el covid-19 y sus consecuencias económicas y sociales.
Apoyar a los más rezagados es condición ineludible para dar viabilidad a la vida de la humanidad entera.
*Presidente de la Fundación Colosio