Desde antes de nacer sentimos el halo protector de la comunidad, ya contamos para todos y para sí mismos, seremos en tanto contribuyamos, nos ganaremos nuestros derechos, seremos ciudadanos comunales por ello. Si tenemos la mala fortuna de no contar con un padre, la comunidad nos arropa con su manto protector.
La primera lección de vida: el trabajo. La producción para la vida es la primera obligación, el fortalecimiento del espíritu segunda lección, la música ennoblece. Tercera lección: el servicio a la gente. Lo dijo el filósofo, la lucha por el reconocimiento es el motor de la historia.
Al paso de los años el andar encorvado nos hace levantar la cabeza, para recibir los saludos de reconocimiento de nuestra gente, por los años de servicios prestados y tan honorables como siempre.
Si el destino nos condujo a no tener dinero para la producción de nuestras tierras, contaremos siempre con las manos comunales de la reciprocidad. Sabemos que el territorio es sagrado, es nuestro, quien lo pise deberá contar con el permiso correspondiente. La naturaleza, le llamamos madre porque nos alimenta, como tal la amamos y la conservamos.
Siempre orgullosos de lo que somos, de nuestra lengua, de nuestro modo de ser y de existir, poca historia conocemos porque quemaron nuestros vestigios, siempre nos han tenido temor porque grande ha sido nuestra historia.
Se atrevieron a edificar sobre nuestros centros sagrados para que perdiéramos toda conciencia de nuestro ser, eso ha sido inútil porque aún erguidos miramos hacia el horizonte y volvemos a encontrar la vereda que nos conducirá a las amplias avenidas del porvenir.
Atrás de las montañas, en las orillas del desierto y en las amplias llanuras se sostiene que el ser humano es solo digno en su autonomía, como persona, como individuo, esto es difícil de entender, para nuestra gente, sin viernes Robinson Crusoe no es nadie por ejemplo. Ya lo dijo otro gran filósofo griego: Aristóteles, el hombre es un animal social.
Para nosotros la persona adquiere dignidad solo en un medio que lo fomente, por eso, somos como comunales muy dignos. Los liberales no han dicho la verdad, como hijos de la competencia no entienden la compartencia, como hijos de la ganancia no entienden la reciprocidad, como hijos del egoísmo no entienden nada.
Si la mala fortuna nos obliga a caminar por otros senderos, por otros lugares, por otras ciudades, el pensamiento y la praxis comunal nos hace buscar a los nuestros y formamos otra comunidad y como espejo la vivimos como siempre. Lengua, danzas, música, tequio, organización, reciprocidad, vínculo estrecho con nuestra comunidad de origen. No perdemos derechos porque siempre estamos al tanto de nuestra gente de origen.
Si la vida se nos acaba en lugares lejanos, nuestro último deseo es ser sepultados bajo los ritos comunales: fiesta, comida, música, reunión comunal. La despedida con las marchas fúnebres que nos hacen remembrar que el ido a los cielos fue un buen ciudadano comunal.
Todo esto queremos que se nos respete, creemos que no es mucho pedir, hoy en pleno siglo XXI vivir en la diferencia ya no es pecado es ya virtud.
Somos comunales solo en la medida en que logremos los llamados derechos de lo común, los derechos de la naturaleza, de los animales, del agua, de las plantas, de los bosques, del oxígeno, del aire, de los cielos, de las noches estrelladas, somos tremendamente naturales y por ello somos respetuosos de todo y del todo.