Los descendientes del pueblo del Quinto Sol somos los hijos de la neblina, nuestros caminares son cortos, no hay horizonte, tampoco podemos caminar a velocidad, las veredas son escabrosas, para nosotros no hay veredas reales, tampoco de grandes longitudes, los tenemos prohibidos.
Los hijos de la neblina porque la historia oficial oculta nuestros rostros, nuestros saberes, nuestras almas, nuestra verdadera historia, temen descubrir que somos hijos de los Dioses del cosmos de la naturaleza y del maíz.
Que nuestros abuelos edificaron una gran civilización cuestión que se ha venido demostrando a través de los siglos, ya nadie o casi nadie lo pone en duda, incluso los mismos invasores la compararon con las mejores civilizaciones de Europa.
Edificar por encima de nuestra cultura demuestra que nos quisieron enterrar. En el fondo nos temen, la grandeza de nuestra civilización perdura en nuestra memoria, por eso la opresión de las cadenas vía Estado, economía, política, derecho, constante ideología, cultura impuesta.
Guerra a nuestra cultura, a nuestras creencias, muralla para no reconocer nuestro derecho a ser parte constitutivo del Estado, pues somos organización eminentemente política, que pelea por el poder político solo como un medio y no con un fin.
No nos interesa dominar al otro, a los otros, solo evitar su dominio y explotación para así construir nuestro destino. Para enterrar nuestra memoria el primer ataque fue de manera directa con la espada y de manera sutil atentando en contra de nuestra fe.
En los primeros tiempos, al inicio de la colonización, se nos dijo que había un señor con la autoridad de Dios, quien autorizó el dominio del reino español sobre nosotros, pues el poder deviene de ese Dios, pues qué remedio, caímos bajo la férula de su imperio por siglos.
Hoy, existe un señor, que en representación de otro Dios, la Soberanía, tiene la autorización para seguir ejerciendo dominio sobre nuestras vidas. Soberanía en que no participamos como nación- pueblo, como tampoco participábamos en los ritos del otro Dios llamado Cristo.
Con la idea de que el poder deviene de la soberanía que es el pueblo, es decir un solo pueblo, no de muchos pueblos, en razón de ello fuimos borrados de esta soberanía.
Si nos invitaran como nación compuesto de muchos pueblos, seguramente la constitución del Estado, del régimen político sería otro muy diferente, por lo menos seríamos una República Democrática, Federal, Municipal y Comunal.
Durante la conquista se nos dijo que había un señor con autoridad universal de todo lo descubierto por sus navegantes, que encima de él solo su Dios todopoderoso, que nuestras autoridades quedaban sujetas a este poderoso señor.
Hasta la fecha, por los siglos de los siglos, nuestras autoridades no tienen rostro, no tienen materialidad, no tienen reconocimiento, nuestras prácticas de gobierno son en la profundidad de nuestras tradiciones, debo decir que muchos pueblos y comunidades se han cansado de actuar ocultos, en las sombras.
Simulamos, todavía, pues nuestros ancestros así lo hicieron, por eso perduran nuestras prácticas, nuestras tradiciones.
Ahora el señor de todos los cielos se denomina Presidente de México, mediante sus decisiones se acelera la maquinaria del poder para hacer de nuestras autoridades, subordinadas a su mandato, objetos de obediencia electoral.