El viacrucis de Iztapalapa de la Ciudad de México, que representa la Pasión de Cristo, es uno de los más importantes y de mayores proporciones del mundo.
Antes de la pandemia de COVID-19, dos millones de personas se congregaban en Iztapalapa, la alcaldía más poblada de la CDMX.
Esta tradición de casi 180 años se originó en una epidemia de cólera que azotó a México en el siglo XIX.
La antropóloga Mariángela Rodriguez explica que la epidemia de cólera fue una situación límite, como la actual, y los pobladores enfrentaron una mortandad tan grande que creían que iban a desaparecer.
Sin embargo, este año el viacrucis espera recuperar el esplendor que tenía hasta antes de la pandemia, ya que regresaran cientos de miles de visitantes.
Unos 5 mil participantes, entre actores, organizadores y penitentes, volverán a las calles de Iztapalapa.
Viacrucis de Iztapalapa una de las representaciones más importantes del mundo y con 5 mil participantes está de vuelta con público.
El ritual de los últimos días de la vida de Jesús, según la tradición católica, comenzó a escenificarse hace dos siglos en Iztapalapa, el cómo pasó a formar parte de la fe de la mayoría de los mexicanos viene de mucho antes.
El colonialismo y la instauración del catolicismo como única religión permitida desde el siglo XVI supuso el adoctrinamiento generalizado de los pueblos indígenas, los cuales tenían una diversidad de creencias y tradiciones que fueron prohibidas.
Una de las herramientas que más sirvió al clero fue el “teatro evangelizador”, explica Rodríguez, pues echó mano del arraigado gusto de los pueblos prehispánicos, como el mexica de Ciudad de México, por las puestas en escena teatrales.
“Tenían que popularizar las creencias y no había manera de enseñarlas de manera oral o escrita. Y lo más útil fue usar imágenes”, explica Rodríguez.
En su tiempo, los dramaturgos prehispánicos eran los sacerdotes que componían comedias cortas representadas ante el público con temas religiosos o profanos. Los actores incluso eran profesionales, dedicándose casi exclusivamente a ello.
En las ceremonias y fiestas indígenas abundaba el sentido dramático, tanto en procesiones como en cantos, danzas, trajes y escenificaciones que tenían un alto contenido emotivo.
“Los [indígenas] mexicanos eran en especial sensibles a las formas teatrales, pues gustaban mucho de la farsa y la comicidad. Sin embargo, también se conmovían ante los hechos cruentos y dolorosos. Esto nos permite entender por qué fueron tan receptivos a la Pasión de Cristo”, señala la antropóloga Mariángela Rodríguez en su investigación titulada “Los insólitos caminos de la tradición: Semana Santa en Iztapalapa”.
Los evangelizadores españoles aplicaron lo que ahora se conoce como “culto de sustitución”.
Templos como el del Señor del Santo Entierro, conocido popularmente como el Señor de la Cuevita, el más venerado en Iztapalapa, en la época prehispánica era el de Tezcatlipoca, una deidad de los mexicas.
Aunque los pueblos prehispánicos también se sirvieron de este fenómeno para preservar sus tradiciones.
Hasta la fecha, elementos alegóricos de las viejas tradiciones prehispánicas siguen vivos en torno a rituales católicos como el viacrucis de Iztapalapa.
Aquellos caballeros águila o tigre prehispánicos hoy siguen apareciendo en las danzas de los carnavales que preceden a la Semana Santa y que forman parte de la tradición católica de la cuaresma.
El mismo sitio en donde hoy se realiza la Pasión de Cristo no es otro que el antiguo Huizachtépetl (“cerro de los huizaches”, en la lengua náhuatl) donde cada 52 años tenía lugar la ceremonia del Fuego Nuevo.
En 1833, México vivió una epidemia de cólera morbus que causó decenas de miles de muertes. En Ciudad de México falleció el 5% de la población y decenas de miles enfermaron.
La gente de Iztapalapa acudió ante el Señor de la Cuevita para pedirle el fin de la enfermedad. En retribución, recrearían el Vía Crucis de Jesucristo cada año a partir de 1843.
La representación del viacrucis es convalidado por la Iglesia a través de la celebración de misas, pero los organizadores son un grupo familias que han heredado la estafeta desde hace décadas.
Fuente: Vanguardia