Muy pocas mujeres, como doña Rosario Ibarra de Piedra (24 de febrero de 1927- 16 de abril de 2022) iluminaron con su ejemplo de lucha el México que estamos empeñados en cambiar. Un país donde nunca más exista la desaparición forzada, mecanismo de un Estado autoritario para combatir a la disidencia política.
Su muerte, a los 95 años, logró que diversos sectores reconocieran sus grandes aportes a una nación que vivió sojuzgada por un régimen criminal y corrupto.
José Reveles, el periodista mexicano que más acompañó la lucha del Comité ¡Eureka! fundado por ella, le patentizó un sentido homenaje:
“Nadie nos enseñó a amar tanto la vida como doña Rosario; nadie nos mostró cómo luchar sin odiar, cómo exigir justicia sin transigir ni recibir migajas de los gobiernos como moneda de cambio en lugar de verdad y reconocimiento de la represión oficial. Se fue doña Rosario y nos deja un ejemplo de vida digna y lucha incansable, con la intransigencia de quien conoce las causas justas por las que combatieron sus hijos. Su memoria abona el futuro de todos”.
La historia de quien abrió brecha en este tema comenzó hace 47 años, cuando agentes policiacos detuvieron en Monterrey, Nuevo León, a su hijo Jesús Piedra Ibarra, miembro activo de la Liga Comunista 23 de septiembre.
Enterada de su detención y de que probablemente estaba preso en el Campo Militar Número Uno o en alguna “casa de seguridad” de la policía política, esto la obligó a abandonar para siempre su vida hogareña, y emprendió un largo camino para buscarlo, haciendo de la denuncia pacífica su forma de vida.
Aunque Jesús nunca apareció su activismo logró, no importando lugar y circunstancia, ni tampoco el talante de cada régimen, arrancar de sus fauces a más de dos mil presos políticos, a que recuperaran su libertad 157 ex desaparecidos y el retorno a México de medio centenar de exiliados. Todo, gracias a una huelga de hambre protagonizada durante el régimen de López Portillo, que obligó a decretar una ley de amnistía.
Muchos le deben la vida a esta madre ejemplar, incorruptible, de gran corazón que, lo mismo se paraba frente a palacio nacional a reclamar justicia, rodeada de granaderos, que a acompañar a los zapatistas del EZLN o imponerle la banda presidencial del gobierno legítimo a López Obrador.
Por ¡Eureka! y otras organizaciones de parecido perfil, el Estado Mexicano fue exhibido en tribunales y organismos internacionales de derechos humanos como como un país donde sus gobiernos mandaban a desaparecer o encarcelar, clandestinamente, a todo aquél dirigente, activista o luchador social que osara confrontar, por la vía pacífica o armada, al gobierno.
Sin mujeres como doña Rosario, este país no hubiera cambiado hacia mejores cauces democráticos y de libertad, ni se hubiera incentivado la defensa de los derechos fundamentales de las y los mexicanos.
Especializado en esta temática, Pepe Reveles reconoce su intransigencia activa, su luchar sin odio, su rechazo a cualquier doblez moral, su reivindicación de cientos de mexicanos que buscaban cambiar el rostro de este país, lo cual “nos animan a seguir la huella que deja su memoria y nos dejan una tarea: honrar el sentido de dignidad que sembró en este mundo”.
Un recuerdo personal: cuando fue candidata presidencial en el intenso 1988, mi señora madre, doña María Martínez, acudió a votar por doña Rosario, porque, como muchos, pensaba que una mujer honrada y congruente, tenía más mérito que muchos varones para ocupar la presidencia de la República. Cuando le cometieron fraude a Cuauhtémoc Cárdenas, fue de las primeras en hacer causa común para denunciar lo que representaba Carlos Salinas.
Aceptó fungir como diputada y senadora de la República, para llevar a la más alta tribuna las demandas de miles de madres, hijas y hermanas que buscaban a sus familiares. Todavía en 2019, cuando por medio de su hija, recibió la Medalla “Belisario Domínguez, encargó al actual presidente que no permitiera que “la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores sigan acechando y actuando en las tinieblas de la impunidad”. Este fue otro de sus legados.
Rosario Ibarra de Piedra merece no solo un Premio Nobel al que estuvo postulada en tres ocasiones, sino que su nombre y memoria sigan siendo referentes para el activismo inquebrantable a favor de los derechos humanos: Claro que doña Rosario vive, y su lucha sigue.
@ernestoreyes14