(I/lll)
Sí, ¡¡Hoy cumplo 55 años!!
Con mis respetos para Vicente, Camila y Soid.
Nací un Viernes 28 de Julio de 1967, en mi siempre querido Juchitán de Zaragoza, Oaxaca; -según el reporte médico a las 7 de la mañana en la clínica del Doctor Palomec-.
Por circunstancias de la vida fui el primero de la familia en nacer en una clínica (ubicada en la calle de Efraín R. Gómez en el centro de la población). Soy hijo de Victoriano Santiago Gómez, de Agustina Rasgado y de mi abuela Rosa Santiago Ortiz, el sexto de ocho hermanos, DARBIEN, ROSA, ARMANDO, LUZ MARÍA,VICTORIANO, ALFREDO Y VILMA JOSEFINA. Mi padre tuvo dos hijas más en Unión Hidalgo Oax, quienes también son mis hermanas ROSA MANUELA Y LUZ MARINA SANTIAGO RUIZ.
De mi padre heredé virtudes y valores maravillosos, su talento para la improvisación, su amor por la música, por la cultura y hacia la gastronomía istmeña, también heredé su capacidad de relaciones humanas nata, casi instantánea. A manera de anécdota permítanme contarles que mi madre NA TINA -como cariñosamente la conocían- al ver que yo era muy amiguero, en una ocasión me dijo que salí de su vientre y en lugar de llorar -como es común en todos los niños-, yo salí y le dije al médico: “Hola Soy Pedro Santiago”.
Heredé también algo que me ha distinguido y que orgullosamente llevo a donde quiera que voy, su apodo: “ROMBO”, -que según me comentó en alguna ocasión- lo adquirió cuando cursaba la primaria en el cuarto año, el último año que cursó en la escuela y se lo adjudicó su amigo de infancia, el profesor CHEPU, debido a que en esos años era muy delgado y su cuerpo casi no tenía forma; con el tiempo, al cursar la Secundaria entendí el significado de su apodo (figura geométrica que a simple vista aparenta no tener forma en su longitud). ¡Ahí comprobé que Juchitán es la ciudad donde adjudicarte un apodo es más que un arte! Eso no sucede en cualquier parte del planeta, por eso y muchas cosas más JUCHITÁN ES EL OMBLIGO DEL MUNDO.
De mis dos madres, como escribiera mi hermano Victoriano al referirse a AGUSTINA RASGADO Y ROSA SANTIAGO ORTIZ les heredé su sabiduría por la vida, su amor a su familia, la ayuda y el apoyo solidario comunitario, el respeto y temor a DIOS, y sobre todo su lealtad y responsabilidad al trabajo; fueron dos grandes mujeres zapotecas que me inculcaron que el trabajo del día a día dignifican a los grandes hombres, ambas no supieron leer ni escribir, pero no fue necesario porque gozaron de una inteligencia infinita; sin su guía y cuidado, no podría entender mi desarrollo profesional, espiritual ni emocional.
Mujeres sabias descendientes orgullosas de los BINIGULAAZA, de los hombres y mujeres de nube; para ambas mi eterno agradecimiento y recuerdo permanente para nunca olvidar de dónde vine y hacia donde iré algún día a encontrarme con ellas lleno de gozo.
Mi vida de infante fue muy divertida. Descubrí que comencé a tener memoria a partir de los cuatro años, pues al encontrar una fotografía infantil en casa pude recordar el día que me la tomaron.
Fue mi hermana Rosa quien a instancias de mi madre me llevó al estudio fotográfico cerca del Parque Revolución, (hoy Heliodoro Charis) para que me tomaran la foto.
Yo llevaba puesta una playera obscura adornada en el cuello con un círculo de tela blanca a dos rayas, -que aún guardo con mucho cariño-. El día en que nos entregaron la fotografía, mi hermano Darbien le escribió a un costado la dedicatoria a mi madre y abuela.
No recuerdo haber asistido al Kinder, seguramente porque a esa edad me enfermé de bronquitis aguda por varios meses y es probable que las posibilidades económicas de la familia no fueran las mejores.
Mi hermana Rosa me inscribió por indicaciones de mi madre y abuela a la escuela primaria en el Centro Escolar Federal Juchitán.
El primer año tuve a una maestra muy estricta, la profesora Rosalinda, pero las secuelas de mi enfermedad por la bronquitis impidieron que asistiera a clases varias semanas y terminaron por reprobarme.
Al siguiente ciclo escolar volví como rezagado y fue maravilloso, porque me tocó estudiar con compañeros más grandes que yo.
Recuerdo a Jorge, cuyo papá vendía sandías en el mercado, recuerdo que a uno le apodaban el ¨dxiiita bigu¨ (huevo de tortuga) quien luego se convertiría en mi protector, cuando algún compañero me aplicaba lo que ahora conocemos como bullying.
Como algo aprendí en los meses cursados el año anterior, pronto supe leer y escribir gracias al apoyo incondicional de mi querido maestro José Luis Lagunas (QEPD) y conservo con cariño el recuerdo de mis maestras Margot y Silvia.
En esos años comenzaron a llegar las primeras maestras practicantes de la Escuela Normal Urbana Federal del Istmo de Ciudad Ixtepec y tuvimos la dicha de tener una bonita maestra de Santo Domingo Ingenio, de blanca piel con unos ojos grandes y profundos de nombre Juana; su belleza impactaba a todos por igual -y yo no era la excepción-.
A pesar de mi corta edad, quizá motivado por las aventuras que narraban en la radionovela sobre “Kalimán, el hombre increíble” intrépido y gallardo del que las mujeres se enamoraban, (y que a diario yo escuchaba por las mañanas antes de irme a clases) un día -sin dudar- me atreví a pedirle un beso a la maestra practicante, petición a la que por supuesto se negó entre risas y bromas.
Sin embargo, en los preparativos del Día de las Madres, la bella maestra Juana me retó y me dijo que si yo participaba en el programa cultural que ella organizaba me regalaría el ansiado beso.
Esa misma tarde al regresar a casa, le pedí a mi hermano Victoriano -quien ya tocaba la guitarra-, que me enseñara una canción y me llevó con su maestro “Tato” a la vuelta de la casa y entre los dos me dieron clases de escoleta y en unos días aprendí a tocar y acompañar en guitarra la canción de “El Feo” con la que participé en el programa cultural.
Debió haber gustado tanto que recuerdo que la repetí tres veces a petición de los presentes (y porque era la única canción que yo me sabía) y al final, la maestra cumplió con su promesa y me dio un beso en la mejilla acompañado del aplauso de todo mi salón de clases.
Años más tarde acudí a tomar clases de guitarra, flauta y tambor en la Casa de Cultura de Juchitán y ya en la escuela secundaria perfeccioné un poco la técnica de la guitarra -que ha sido una gran compañera en este viaje llamada vida-.
Fue en la Casa de la Cultura dónde conocí al Maestro Hebert Rasgado, virtuoso músico y compositor juchiteco (QEPD), con quien compartí varias tocadas de flauta y tambor junto al amigo Julio.
Participábamos en las Labradas de Cera y en las Regadas de Fruta en las fiestas del pueblo en el mes de Mayo.
Recuerdo que en una ocasión nos contrató un cantador vecino de la 1a. Sección para que tocáramos en las festividades de la Vela Angélica Pipi y nos pagó con un cheque de Bacomer que nunca tuvo fondos; esa anécdota siempre la recordaba el maestro Hebert Rasgado cuando ya de adolecentes nos íbamos a la bohemia en la ciudad de Oaxaca y me recalcaba: “cobra en efectivo hermano, no vaya a ser como aquel famoso cheque de Juchitán!!…