Es evidente que el poder nos fascina a muchos, a los que no, es porque están muertos socialmente, viven en sus pequeños espacios y lo demás no les interesa, son los que ni en las elecciones votan.
La fascinación por el poder es por razones distintas, un modo de vivir, el sueño por la trascendencia, dejar una memoria, servir a la gente, por las injusticias que perduran, para obtener riqueza y prestigio, o simplemente es un llamado del alma.
Ya lo dijo el filósofo Hobbes, es una inclinación natural de todo hombre y mujer. El deseo de conseguir poder, es perpetuo, incansable, que solo se termina con la muerte.
El poder es una potencia, es la capacidad de hacer real lo posible, a veces hasta lo imposible. Uno cree que el poder es un instrumento al servicio de la voluntad, más bien el deseo de poder engendra esa voluntad. Se suele ser entonces, sujeto de ese deseo de poder.
Otro pensador extraordinario, Spinoza, nos dice, el poder en su dinamismo, en su potencia, se oculta el secreto de la acción, la hibridación y proliferación de nuestros impulsos.
Como individuos, cada uno de nosotros, deseamos tener poder para afirmar nuestra identidad, para distinguirnos, independizarnos, hacernos autónomos, más libres, sin ataduras. El poder implica el enorme deseo de conocernos, desde sí mismos, el conocimiento de nuestra eficacia personal es un deseo que tratamos de obtener.
En este sentido, el poder es un deseo expansivo, que no tiene fin, sin embargo, cuando se enfoca a dominar a otras personas es la culminación de su dinamismo afirmativo, se tiene el enorme deseo del dominio hacia los demás como una afirmación personal.
Así, en toda posición y condición social, el político se siente más político cuando tiene la capacidad de imponerse a los demás políticos, desea convertirlos en instrumento de su voluntad, medio fundamental de su voluntad, para alcanzar los fines cuya visión lo embriaga, lo enloquece. El excesivo deseo de poder se vuelve una enfermedad del que es imposible eliminar.
Entonces, el poder es un modo de afirmarse en este mundo y de reconocimiento de los demás. Es la capacidad de imponer mi voluntad, en las relaciones sociales en que formo parte, contra toda resistencia, cualesquiera que sean los motivos de esta resistencia, el poder casi nunca pregunta por los motivos.
El poder no es solo eliminar los obstáculos para la realización de mis deseos, sino también impedir que otro pueda lograr su voluntad, es afirmación e impedimento.
Ante los excesos del poder de una persona, es inútil tratar de eliminarlo, porque es inútil, la historia lo ha demostrado, lo único que queda es controlarlo, dividirlo, en esto radica la teoría de Montesquieu. El poder controla al poder.
Todo esto es para explicar el poder en manos del Presidente Andrés Manuel López Obrador, que es en sustancia, hombre de poder, hombre de dominio, que seguramente después de su mandato, seguirá teniendo el enorme deseo de seguir embriagado por los dulces encantos del poder.