En la lógica de buen gobierno se establece que el hombre de Estado debe imitar al médico prudente y experimentado, dos virtudes importantes, que antes de recomendar cualquier tratamiento, analiza con esmero y cuidado la naturaleza específica de la enfermedad.
Esto es vital puesto la ignorancia de la realidad de los pueblos es plena seguridad de transitar por el sendero equivocado, no hay que ignorar que los organismos sociales son de complejidad extrema.
Una vez analizado el cuerpo social, el hombre de Estado debe proceder a reducir a su mínima expresión a sus oponentes, no sólo los que abiertamente se oponen a su proyecto de gobierno o de régimen sino a todo ciudadano que exprese alguna simpatía por el antiguo régimen político y que tiene dificultades para aceptar al nuevo régimen político propuesto. El gobernante, para lo anterior, debe hacerse de un mayor número de partidarios y de simpatizantes para estar respaldado para estas encomiendas.
La política de aumentar partidarios y de simpatizantes debe de establecer políticas públicas adecuadas para ello, asimismo, conceder favores a cierto número de ciudadanos y otorgarles autoridad, asegurando que le deban su poder, su estatus, en su caso, sus riquezas.
Mientras más poderosos y mayor estatus tengan sus partidarios mayor será la fuerza del respaldo hacia las políticas del gobernante. En el ámbito de la eficacia del Estado sólo cabe el respaldo por interés y por el miedo, de esta manera se logra el respaldo al Estado o al nuevo régimen.
Es imposible apoyarse en la existencia de las almas generosas y desinteresadas, pocos son los que se enfrentan a los gobiernos y a los regímenes buscando la gloria.
Por sus intereses, los hombres destacados deben ser buscados por el Estado, desde luego, es para nutrir sus fuerzas y no para suprimir las libertades ciudadanas y mucho menos no merecer una atención esmerada a partir de sus necesidades y derechos.
Explotar los deseos de seguridad, los miedos y la ambición de los hombres para el hombre de Estado siempre le traen beneficios sea para sus fines, para el bien común o para alimentar utopías o sueños de grandeza.
Desde luego, el hombre de Estado debe tener por norma anticiparse a los hechos para estar debidamente preparado para afrontarlos con éxito. También las lealtades personales al gobernante deben ser transformados en lealtades patrióticas para el propio Estado. La lealtad en medio de ejercicio de libertades y de la constante búsqueda de la igualdad, le imprime mucha mayor fuerza que las propias lealtades religiosas.
El arte del hombre de Estado consiste en ser capaz de crear la necesidad del mismo y del Estado al conjunto social. El reconocimiento de la necesidad del Estado, hoy en día, es de lo más difícil desde la perspectiva de lo correcto, puesto que se ha internalizado la idea del demonio como Estado y que es el mayor mal para el goce de las libertades cuando es precisamente lo contrario: sólo dentro de un orden político y jurídico es condición para gozar de las libertades a partir de sentir la seguridad.