El 2 de octubre de 1968, Ciudad de México vivió un evento trágico que marcó a los estudiantes universitarios. En la plaza de Tlatelolco, militares abrieron fuego para disolver una protesta estudiantil, resultando en cientos de muertos, heridos, desaparecidos y detenidos.
A pesar del impacto, los estudiantes no abandonaron su movimiento, aunque pasaron más de dos años sin organizar una marcha masiva contra el gobierno. El 10 de junio de 1971, durante el jueves de Corpus, decidieron regresar a las calles para manifestarse a favor de la educación pública y el movimiento estudiantil.
El historiador Camilo Vicente Ovalle relata que la emoción entre los manifestantes era palpable. “Volver a tomar las calles tenía un simbolismo muy importante”, explicó a BBC Mundo. Sin embargo, la marcha terminó en otra masacre. Un grupo paramilitar llamado “los halcones”, organizado por el gobierno, atacó brutalmente a los manifestantes.
Los agresores utilizaron palos y posteriormente armas de fuego, rematando incluso a los heridos en las salas de emergencia de los hospitales. Este evento, conocido como el “halconazo” o la “masacre del jueves de Corpus”, fue catalogado como “genocidio” por una fiscalía especial décadas después, aunque nadie fue condenado.
El Motivo de la Protesta
La protesta del “jueves de Corpus” apoyaba a los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nuevo León, quienes estaban en huelga por conflictos con el gobierno estatal. También demandaban la liberación de presos políticos y la democratización de la educación pública. “A pesar del golpe brutal a las movilizaciones en 1968, los estudiantes siguieron organizándose”, señaló Ovalle, autor del libro “Tiempo suspendido”, que documenta estos episodios con archivos clasificados.
En respuesta a la solicitud de solidaridad de los estudiantes de Monterrey, los alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional (IPN) convocaron la marcha del 10 de junio. Aunque la huelga de la UANL ya había terminado y sus demandas habían sido atendidas, los estudiantes de Ciudad de México decidieron mantener la protesta.
El Inicio del Ataque
A las 4 de la tarde, unos 10,000 estudiantes se concentraron en el Casco de Santo Tomás, un campus del IPN, con la intención de marchar hacia el Zócalo. La marcha, no autorizada, se encontró con calles bloqueadas por granaderos y policías. Decididos a avanzar pacíficamente, los manifestantes caminaron un kilómetro hasta encontrarse con los “halcones”, un grupo de 400 a 500 individuos vestidos de civil, en el cruce de dos avenidas.
“Los halcones esperaban en el punto de ataque. Había algunos infiltrados en la marcha, pero el grueso del grupo paramilitar entró desde la avenida y atacó a los manifestantes”, explicó Ovalle.
Víctor Guerra, un líder estudiantil de la época, narró cómo la policía apoyó a los halcones proporcionándoles varas de bambú antes de que comenzaran los disparos.
El coronel Manuel Díaz Escobar, funcionario del DDF, reconoció que los “halcones” fueron financiados y entrenados por el gobierno. Equipados con varas de bambú y armas de fuego, el grupo paramilitar atacó a los estudiantes. “Al ver la resistencia, los halcones con armas de fuego comenzaron a disparar”, describió Ovalle. Guerra también recordó cómo vio disparos dirigidos a la multitud desde lo alto de un edificio.
Este ataque indiscriminado, respaldado por la policía y el ejército, tenía la clara intención de dispersar a los manifestantes y mostrar el poder del Estado. “Fue una ratonera, una táctica de yunque y martillo”, explicó Ovalle.
La “Rematada” en los Hospitales
La manifestación se dispersó en los minutos siguientes, con muchos estudiantes intentando esconderse. Sin embargo, incluso los heridos que llegaron a hospitales como el Rubén Leñero no estuvieron a salvo. “Periodistas, pacientes, médicos y enfermeras fueron testigos de cómo los halcones entraron en el hospital y agredieron a los estudiantes con armas de fuego”, explicó Ovalle.
Este “remate” de los heridos fue ampliamente documentado por los medios, a pesar del control informativo del gobierno de la época. La prensa, indignada, presionó al presidente Luis Echeverría a ofrecer disculpas días después del ataque. Aunque nunca se determinó el número exacto de víctimas, se estima que hubo alrededor de 30 muertos, cientos de heridos y decenas de detenidos.
Fuente: Informador