Inexorable, el tiempo se lleva a otro año a su cementerio, dejando a un recién nacido en un pesebre, soportando el peso de un mundo cruel ardiendo en llamas; a un planeta que orbita lento, pandémico y convulsionado no solamente por los devastadores estragos de una naturaleza descontrolada, sino además asolado por guerras y una sombría dimensión que acoge a una pobreza exponencial. Este sería el pensamiento de un escéptico rematado, pero… ¿podría Santo Tomás, el apóstol incrédulo pensar de otra manera cuando ve que el mundo ya no se detiene en su propia destrucción, en la que solamente sobrevivirán las armas, los tanques, los misiles…? No obstante, el hombre noble y generoso razona de otro modo y se abraza a la esperanza de que este mundo mejore cuando empiece a dar señales de cuidar y recuperar su hábitat, cuando lo anime ese espíritu de amor y respeto a la madre naturaleza, a la tierra, al agua, al viento; cuando aprenda a no contaminar, a no destruir lo que le da su sobrevivencia. Con frecuencia se dice de los años que fueron muy difíciles, atribuyéndoles los estragos de la naturaleza, que la misma humanidad origina por no respetar las leyes de la Creación, pero muy poco se estremece y horroriza ante sus propios crímenes y las guerras y los genocidios que ciegan vidas inocentes y de niños que apenas abren los ojos a la vida. El hombre siempre estará buscando culpables de la desgracia de su propio destino, sin reparar en que ésta destrucción es obra de sus desorbitadas ambiciones por el poder y el dinero; que lo obnubilan y se pierde en ese mundo sombrío en que se refugia para disfrutar de su fortuna y la pobreza de los demás. Se va 2024 y por muchas causas será recordado. Ha cumplido su misión de su paso por la tierra, y como dice la canción de Violeta Parra “gracias a la vida que me ha dado tanto…”
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SE va el año 2024, y como dice Tony Camargo “yo no olvido al año viejo que vá…” ; se va heredando un trono incendiado por la inconciencia del hombre que parece adelantar su propio Apocalipsis. Este año también será difícil pues el mundo irá por el rumbo que le marque los que digitan la máquina del poder, sin contemplar que a su alrededor se están aproximando las llamas del infierno que construyeron. Es un poder que no puede sobrevivir sin explotación y el sacrificio de los que suman sus esfuerzos y sus propias vidas para que mantenga su opulencia. La noche de este 31 de diciembre, en todas las Catedrales del mundo repicarán las campanas; para recibir al 2025, pero su tañido no será percibido por una inmensa mayoría que solo espera ver la luz de un nuevo día, que ilumine sus espíritus de felicidad. Aunque lento y maltrecho, este año viejo logrará cumplir su misión y ser depositario en un recién nacido 2025 de un mundo renovado de esperanzas… de una nueva humanidad donde se escuche la voz del Nazareno de Amaos los unos a los otros.
So long raza y Feliz Año Nuevo 2025.