Recientemente se ha hecho saber que medios de información en internet nos conocen a detalle. Los cambios que han tenido y tienen lugar, ante todo, en el mundo del conocimiento, son los que permiten caracterizar nuestra época, en la historia de la cultura, como la época de la revolución cognitiva.
Así, el llamado mundo digital, y como no podía ser menos, es el resultado de una revolución de medios, pero también de nuevas asignaciones para el conocimiento, que atrapa algunos valores y luego rápidamente otros.
Una de estas ideas, quizás la más aparente, es la tecnicidad del conocimiento, que no vale tanto por el saber mismo como por su uso eficaz: el saber es cada vez más manipulativo y, literalmente, digital.
Nada que ver con la filosofía episteme de los griegos, pero tampoco con la ciencia del mecanicismo moderno: hay que saber cómo se manejan las cosas, no cómo funcionan. Se ha intensificado el conocimiento, por ello, se corre el peligro que el político sea cada vez más ignorante.
La cultura de valores, que en otros tiempos estuvo apoyada en un orden de creencias animista y religioso, y en la modernidad en una autoconsciente secularización, ha de partir ya de la laicidad multicultural que brota de casi toda la sociedad metropolitana.
Asimismo, tiene que reconocer una nueva escala de valores. En lo tocante a ésta, la sociedad primitiva promovió las creencias morales en torno a la adaptación del individuo a su medio: lo bueno es lo conocido.
En la sociedad agro- urbana el primado lo ostenta el valor de la perfección: lo bueno es lo ajustado a la naturaleza de las cosas.
La sociedad industrial remueve el canon ascético de la moral por el del esfuerzo interesado: lo bueno es lo justo. Que va de acuerdo a los intereses.
Si las tecnologías de la información van a cambiar nuestras formas de vida lo van hacer en todos los sentidos. Es razonable dar por bueno el principio de estar informado y hacer deseable una información la más amplia, rápida y accesible para todos.
Con la tecnología los humanos hemos perdido la fuerza y la precisión de los sentidos.
No poseen el potencial que tuvieron cuando, hasta la edad moderna, eran el órgano imprescindible de nuestra supervivencia. Es bien patente en los sentidos, por así decir, arborícolas y agropecuario del olfato, el gusto y el oído.
Respecto a ellos, y frente a otros animales, la humanidad padece una hipostesia o baja capacidad sensorial. Pero están igualmente afectados nuestros sentidos más sociales, la vista y el tacto.