Casi todos los que buscan una candidatura para ocupar un cargo de elección popular, se sienten destinados a cambiar el mundo desde donde estén. Sin embargo, casi ninguno lo logra.
El problema no reside en el deseo de cambiar el mundo, sino en el hecho de creer que sentarse en la silla, la realidad va a cambiar automáticamente. La historia demuestra que el poder no es para guardarse o acumularse, sino para emplearse, porque no hay nada más efímero que el poder, y ese poder solo dura unos cuantos años.
Cuando el aspirante logra llega al poder, ya sea a la presidencia municipal o a la diputación local o federal, o a la senaduría, o incluso, a la presidencia de la República, siente que el mundo le debe la vida. Le sucede a muchos.
En este momento que aun no se dan las definiciones en nuestra entidad, muchos de los aspirantes aseguran que necesitan el poder para poder hacer algo por su pueblo, pero lo que dicen es mentira.
Si echamos una miradita a la historia, nos vamos a dar cuenta que el poder se desvanece en el tiempo. Veamos estos ejemplos: Ramsés II, reinó 66 años. En su tiempo hizo las pirámides y los enormes monumentos. Pero todo eso allí se quedó. El poder que tuvo Ramsés en su momento, se desvaneció.
Napoleón Bonaparte, encabezaba un ejército de más de 1 millón de hombres. Tres años después se encontraba malgastando su vida en la isla de Elba.
En 1940, Hitler comandaba el ejército más poderoso del mundo; en 1945 se quejaba de que solo Eva Braun y su perro se mantenían fieles a él.
La grandeza del poder no se encuentra en los símbolos, como muchos creen que para eso es el poder, sino en los resultados de su ejercicio. El poder no es lo que se tiene, sino lo que se hace con el.
Una persona con poder puede hacer un enorme bien, pero también un enorme mal. Los exitosos son los que aceptan la realidad como es, y emplean su poder para aprovecharlo y sacarle todo el beneficio posible. La realidad se mide por dos cosas muy simples: el grado de institucionalización del poder, y el crecimiento en la productividad social. Estos dos elementos podrían transformar cualquier mundo.
Si vemos lo que es la institucionalización, tenemos que poner de ejemplo a Plutarco Elías Calles, el primer Presidente de México que entendió la necesidad de lograr la institucionalización, lo repito, pero, así como el niño pequeño que sabe lo que no se debe hacer, pero lo hace de todas maneras, prefirió el beneficio del poder que el de la institucionalización.
La institucionalización implica limitar los poderes del presidente, por eso ninguno lo ha promovido, sólo por encimita, o solo en la apariencia.
Lo estamos viendo en estos días: al INE, por ejemplo, se le quiere demoler porque supuestamente, los consejeros se creen autónomos, rectos, independientes.
Con esto podemos darnos cuenta que todos los que llegan a cualquier mando, prefieren el poder a la institucionalización.
Lo correcto sería nombrar funcionarios públicos auténticamente dedicados y comprometidos con el Estado, no con el gobierno. Personas intachables que no se preocuparan en cuidar su espalda, sino en el éxito de su función. Personas que no se entreguen ante la presión de la autoridad superior.
Si alguien verdaderamente quiere trascender, no se debe olvidar de estos dos puntos: Instituciones y productividad. Parece poca cosa, pero es todo lo que se necesita para trascender.