Los problemas educativos derivados de la pandemia tendrán un impacto negativo a futuro en el capital humano, la productividad y aumentarán la “pobreza de aprendizaje”.
Hasta febrero de 2021, alrededor de 120 millones de niños en edad escolar han perdido o corren el riesgo de perder un año completo presencial del calendario escolar debido a las medidas para contener la pandemia.
Perder un año entero de educación puede significar la diferencia entre un futuro brillante y una vida desbaratada. Este es el escenario en que se encuentran millones de niños de América Latina.
Latinoamérica podría perder hasta 1.7 billones de dólares por la “crisis educativa” provocada por la pandemia, que implica un impacto negativo a futuro en el capital humano, la productividad y un aumento de la “pobreza de aprendizaje”, advirtió este miércoles el Banco Mundial.
“Esta es la peor crisis educativa jamás vista en la región y nos preocupa que podría tener consecuencias graves y duraderas para toda una generación, en especial entre los sectores más vulnerables”, indicó Carlos Felipe Jaramillo, vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, en un comunicado.
La entidad advirtió que a futuro la “la enorme pérdida de educación, capital humano y productividad se podría traducir en una caída de ingresos agregados a nivel regional de 1.7 billones de dólares”.
Hasta febrero de 2021, alrededor de 120 millones de niños en edad escolar han perdido o corren el riesgo de perder un año completo presencial del calendario escolar debido a las medidas para contener la pandemia, de acuerdo con un informe del Banco Mundial publicado este miércoles.
La ausencia de la educación presencial debido al cierre de escuelas podría llevar a que dos de cada tres estudiantes no sean capaces de leer o comprender textos adecuados para su edad.
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Simulaciones recientes sugieren que la “pobreza de aprendizaje” —que define el porcentaje de niños de diez años incapaces de leer y comprender un relato simple— en la región podría incrementarse en más de 20% con un aumento aproximado de 7.6 millones de “pobres de aprendizaje”, indica también el estudio.
Tomando en cuenta un cierre de escuelas de 10 meses, lo cual fue una realidad en varios países si no se produce una pronta reapertura, como en el caso de México, los estudiantes de América Latina podrían perder casi 1.3 años de escolaridad ajustados por la calidad del aprendizaje.
Para países donde las escuelas permanecerán cerradas por tres meses adicionales (13 meses en total), las pérdidas podrían ser de 1.7 años de escolaridad.
Adicionalmente, el 71% de los estudiantes del primer ciclo de educación secundaria podrían caer por debajo del nivel mínimo de rendimiento, de acuerdo con el puntaje en la prueba PISA.
Una crisis previa
La región de América Latina y el Caribe enfrentaba una crisis de aprendizaje incluso antes de la pandemia. La pobreza de aprendizaje, definida como el porcentaje de niños de 10 años incapaces de leer y comprender un relato simple, ya era muy elevado en la región, con 51%.
Además, la región ya exhibía la mayor desigualdad a nivel mundial en acceso a una educación de calidad por parte de los alumnos. En Brasil, por ejemplo, la pobreza de aprendizaje en el estado de San Pablo era de 27%, mientras que en el estado de Maranhão llegaba a 70%.
La pandemia empeoró esta situación. Al menos el 15% de los alumnos podría no regresar a la escuela en sus vidas.
Las pérdidas de aprendizaje probablemente sean mucho mayores entre los niños del quintil de ingreso más bajo, ampliando la de por sí elevada brecha socioeconómica en logros educativos en un 12%. La reapertura más temprana de las escuelas privadas respecto a las públicas que tuvo lugar en algunos países simplemente contribuye a este aumento.
“Los efectos de la pandemia trascienden el impacto directo sobre el aprendizaje o los años de escolaridad; atraviesas muchas otras áreas en la vida de los estudiantes y, sin lugar a dudas, persistiría durante toda la vida”, señala el estudio.
Por ejemplo, el cierre de las escuelas interrumpió los servicios que los estudiantes solían recibir en estos lugares, incluyendo la alimentación escolar que es la fuente más confiable de alimentación para 10 millones de estudiantes de la región.
“La interrupción de la educación presencial tradicionalmente recibida en las escuelas, aunada a las dificultades económicas que enfrentan las familias, está teniendo efectos adversos significativos en la salud física, mental y emocional de los estudiantes, incrementando su vulnerabilidad a involucrarse en comportamientos de riesgo”, indicó el informe.
Si bien los gobiernos intentaron llegar a esos alumnos a través del aprendizaje en línea y otras soluciones multimodales, demasiados están quedando a la vera del camino. Las escuelas y las familias a menudo no estaban preparadas para llevar a cabo esta transición.
Por ejemplo, solo un 77% de los alumnos de 15 años en la región tiene acceso a Internet en el hogar, y este problema es mucho más pronunciado entre grupos desfavorecidos. En Perú, México, Panamá y Colombia, por ejemplo, solo el 14, 19, 24 y 25% de los alumnos en el quintil inferior tiene acceso a internet en el hogar, respectivamente.
“Los gobiernos deben actuar en forma urgente para recuperar el terreno perdido y aprovechar la oportunidad para mejorar los sistemas educativos”, dijo Jaramillo.
Aunque la mayor parte de los países de la región ya han pasado a esta etapa de recuperación —la de reapertura y manejo de la continuidad de aprendizajes—, el nivel de preparación y la implementación siguen siendo un problema.
“Será fundamental, entonces, seguir mejorando el alcance y la participación en la educación a distancia entre grupos menos privilegiados, así como la calidad general de la misma, como parte de los esfuerzos para mitigar las pérdidas de aprendizaje y reducir las desigualdades”, señaló el informe.
El Banco Mundial sugirió que para mejorar la educación en línea serán fundamentales estrategias multimodales, con medidas específicas para incorporar y apoyar a todos los estudiantes, incluyendo a los grupos menos privilegiados; la participación de padres y madres de familia y profesionales a través de una comunicación interactiva; la capacitación docente; la priorización del currículo; y las estrategias de evaluación del aprendizaje.
Fuente: Expansión