**El campanario de Mitla también está de fiesta; en cada repique se recuerda, se da la bienvenida, se está alegre porque ellos y ellas están de nuevo aquí.
** Se alistan mitleños espiritualmente para recibir a sus difuntos y difuntas.
La nostalgia y la alegría lo necesitan, se bebe fuerte para buscar aliviar el dolor, pero también se ríe porque hoy, en la Ciudad de las Almas, en Mitla están ellos y ellas, están quienes se han adelantado.
En medio del humo aromático del incienso, los pobladores de esta comunidad zapoteca, no sólo se preparan materialmente sino espiritualmente para recibir a sus difuntos y difuntas.
Antes de la pandemia, la cual se “llevó” a más de 50 habitantes en esta segunda ola, las personas se arremolinaban en los dos panteones para invitar a quienes han partido a volver a su hogar por lo menos un día.
Es medio día y en Mitla, el chocolate, el caldo de guajolote, el mole y la barbacoa están listos para ser degustados; en las casas las visitas llegan con su ofrenda: chocolate, pan y comida, al ritual se le llama “togolear” en zapoteco -que traducido al español sería: muertear-.
Los panes decorados lucen coquetos en medio de los altares y en la parte baja en donde acompañados de frutas, cacahuetes, nueces y veladoras dan constancia de las primeras visitas.
En la Iglesia el campanario también está de fiesta; en cada repique se recuerda, se da la bienvenida, se está alegre porque ellos y ellas están de nuevo aquí.
No muy lejos de ese lugar, José Alfredo Jiménez canta con toda enjundia: payaso, soy un triste payaso, música que le gustaba a uno de los que ya partieron de este mundo. Cada hora en una estación local suena el “Dios Nunca Muere”.
Un arte la elaboración del pan
Un horno empotrado en una base de adobe desprende un aroma que pone en alerta los sentidos, es la bienvenida a una de las más de 40 panaderías de la “Ciudad de los Muertos”, del Pueblo Mágico de Mitla.
La maestría la adquirió desde pequeño, Luis Martínez García utiliza su memoria para combinar y pesar ingredientes además de moldear el pan. Su negocio fue fundado en 1970, pero desde hace 20 años él es el encargado de echarlo a andar.
Cansado, pero satisfecho de su trabajo relata que forma parte de la segunda generación de panaderos en su familia. Como cada año Luis destina al menos tres semanas para elaborar los biscochos para las fiestas más importantes de esta comunidad: el Día de Muertos y Fieles Difuntos.
Más de seis horas entre la preparación de la masa, la fermentación y la definición de volumen, transcurren en este emblemático lugar para los mitleños y mitleñas.
La temperatura está calculada, unos 40 panes salen cada media hora, más de ochenta bultos de harina son utilizados para esta temporada.
En cada una de las panaderías reza: sino es pan de Mitla no es pan de muerto.
En esta comunidad la decoración del pan es tradicional, aquí las flores, los animales y una serie de figuras más son parte de la imaginación.