No sólo son los árboles centenarios los que caen sin remedio ante cada ventarrón o tormenta: la capital oaxaqueña, entera, se nos cae a pedazos ante la apatía y la incapacidad de la autoridad de proveer respuestas asequibles a las necesidades de la ciudad. ¿De qué hablamos? De que nada parece lograr detener el acelerado deterioro del espacio público, y que los gobiernos lejos de proveer respuestas parecen vencidos ante la realidad y sus circunstancias adversas.
En efecto, hace algunos días vimos caer uno más de los árboles notables que poblaban el paisaje citadino. En el Paseo Juárez, históricamente conocido como El Llano de Guadalupe —por ser el espacio abierto contiguo al atrio del templo que lleva ese nombre—, cayó un fresno cuya plantación se atribuye al generalísimo don José María Morelos y Pavón, durante su estancia en Oaxaca alrededor de 1813.
Previo a ello, hace algunos meses cayó otro árbol emblemático para la historia de la ciudad, ubicado en la actual Calzada de la República, en un espacio adyacente a la calle de Los Libres y el barrio de Jalatlaco. Su plantación se atribuye al general Guadalupe Victoria, quien a la postre se convertiría en el primer presidente de México, en conmemoración a que en ese sitio ocurrió aquel episodio en el que lanzó su espada “en prenda” al otro extremo del entonces crecido Río Jalatlaco, durante una batalla con el ejército realista, en tiempos de la Guerra de Independencia.
El periodista Renato Galicia Miguel recuerda, en un texto publicado en el portal Oaxaca.Media, que existe un tercer árbol notable por ese rumbo, ubicado en el mismo Llano, pero en la esquina noreste del parque, exactamente en el límite con la calle Pino Suárez, también atribuido al general Morelos.
Al igual que el fresno de Morelos y el higo de Guadalupe Victoria —que hoy ya son sólo un recuerdo—, pareciera irremediable que en algún momento —con la lluvia o el ventarrón de cualquier día— dicho árbol corra la misma suerte que los anteriores, igual que como ha ocurrido ya con la mayoría de los árboles centenarios que estuvieron en el zócalo citadino.
¿La razón? Por un lado, el paso irremediable del tiempo; pero sobre todo, por el abandono y la indolencia de las autoridades municipales, estatales y federales por considerar la importancia no sólo de esos árboles notables, sino de todo el arbolado que se encuentra en el espacio urbano de la capital oaxaqueña. Incluso no sólo como una cuestión de preservación, sino como de seguridad para las personas.
Hasta ahora, a ninguno de los tres ámbitos de gobierno —al gobierno que preside el edil citadino Francisco Martínez Neri; a la administración estatal que encabeza el gobernador Alejandro Murat; y qué decir al gobierno federal, que ha mostrado no sólo desinterés sino hasta desprecio por la gran mayoría de las expresiones culturales, tangibles e intangibles, en el país— se le ha ocurrido emprender acciones para la preservación del arbolado y la seguridad de los oaxaqueños.
No se les ha ocurrido, por ejemplo, constituir una comisión técnica integrada por expertos —ingenieros agrónomos, forestales o botánicos— que diagnosticaran con precisión el estado de salud del arbolado citadino, y recomendar —y poner en marcha— acciones para preservarlos, rescatarlos o, en su caso, talarlos.
¿Qué pasa? Que gracias a los falsos ambientalistas —esos que se preocupan por la vegetación sólo cuando intentan negociar prebendas con el gobierno, a cambio de su “anuencia” para la realización de una obra—, los tres ámbitos de gobierno prefieren mirar hacia otro lado y no reconocer que esas son acciones urgentes para la capital. Está por un lado la propia conservación de los árboles, que son parte del paisaje urbano y de la riqueza histórica de la capital; pero sobre todo, está el hecho de prevenir que ocurran más incidentes ante la pasividad general: cada árbol que cae constituye un riesgo para la vida, la integridad y el patrimonio de los oaxaqueños.
¿Qué habría pasado si al interior del vehículo que destruyó el llamado fresno de Morelos al caer, hubiera habido pasajeros? ¿A nadie le importa que eso ocurrió en un parque cotidianamente visitado por cientos de corredores, niños y adultos mayores? ¿Hay que esperar a que verdaderamente ocurra una tragedia para tomar conciencia, y medidas? Indistintamente, los tres órdenes de gobierno tienen la palabra.
LA CIUDAD, EN EL ABANDONO
Oaxaca, pareciera, les es indolente. No le duele a la autoridad verla en el estado en que se encuentra. Una ciudad atestada de baches, de grafitis y de paredes torturadas no sólo por las pintas sino sobre todo por el abandono. Calles céntricas que durante el día están invadidas por el ambulantaje, y en las noches por la oscuridad. Espacios por los que antes se podía caminar y hoy son blanco impune de líderes sociales que venden y concesionan la vía pública como si ellos fueran la autoridad. Un zócalo citadino que en otros tiempos fue considerado como una de las plazas públicas más bellas del mundo, pero que hoy es rehén de la protesta social que enmascara el jugoso negocio del comercio informal. Del Palacio de Gobierno ya mejor ni hablamos.
A esto habrá que agregarle un paisaje cotidiano de marchas y bloqueos por doquier. Da lo mismo que sea un grupo de lucha social, que los habitantes de alguna comunidad indígena, o los profesores y los normalistas que desde hace años nos arrebataron a los ciudadanos todo un perímetro del Centro Histórico en el que ellos mandan, protestan, se disputan y hasta utilizan como estacionamiento de cobro, como central camionera para sus propias líneas de autobuses, o como lugar de pernocta en sustitución de lo que antes era conocido como Hotel del Magisterio en División Oriente.
A nadie le duele Oaxaca. No le duele a los encargados de la gobernabilidad, quizá porque ni nacieron ni crecieron en esta tierra, y tampoco les importa su destino. Les dejó de importar también el enojo de la ciudadanía; y ésta, derrotada, hoy prefiere normalizar el hecho de vivir en una ciudad invadida por el ambulantaje, por la lucha social y por la indiferencia de la autoridad. En una ciudad sucia, oscura, insegura, pintarrajeada y vulnerada en todos sus flancos. Ya nadie le preocupa procurarle una mano de pintura a las fachadas; poner un poco de orden en las vialidades; o impulsar acciones para que el espacio público vuelva a ser de los oaxaqueños, y no de los normalistas, o de los líderes del ambulantaje, o de cualquiera a quien se le ocurra tomar las calles.
¿Esto tiene solución? Quizá sí. Cuando tengamos gobernantes más preocupados por sus funciones que por las frivolidades o los intereses partidistas en que se pierden actualmente.
EPITAFIO
Qué paradoja: hoy reina la apatía; pero el conflicto del 2006 comenzó un año antes, el día en que, por las obras de remodelación que arbitrariamente emprendió Ulises Ruiz en el zócalo, se cayó uno de los árboles centenarios ubicados frente a Palacio de Gobierno.
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