A principios de octubre, elevaron su alma hacia el infinito, dos creadores inigualables a quienes tuve el gusto de conocer. Guillermo Porras Mariscal, Memo Porras, extraordinario pianista oaxaqueño y el poeta David Huerta. El primero me brindó una larga amistad y camaradería, y al segundo le prodigué mi admiración de manera personal durante las veces que la vida me permitió encontrarlo en la redacción del semanario Proceso.
No fui su amigo, pero soy admirador de su obra y de la estirpe de la que procedía pues era hijo nada menos que del poeta Efraín Huerta, militante comunista que lo encaminó por los senderos de la creación y la pertenencia a la izquierda, en una época en que ser comunista era un “sacrilegio” para la intelectualidad mexicana. No obstante, Huerta descolló como editor, traductor, ensayista, docente universitario y periodista cultural, mientras publicaba una veintena de libros.
Hijo del Gran Cocodrilo, laureado autor de los Poemínimos, David fue uno de los jóvenes que repartieron propaganda “clandestina” en el México del 68, y precisamente un día después del 54 aniversario de este crimen brutal, emprendió su marcha definitiva.
La revista Tierra adentro y Nidia Rosales Moreno recordaron la vez en que Huerta escribió, en tierras oaxaqueñas, una de sus obras que lo identifican con una sociedad que sigue reclamando justicia por la desaparición de los 43 estudiantes de la normal “Isidro Burgos” y que nunca se ha rendido hasta lograr que se castigue a los responsables.
Se cuenta que a petición del maestro Francisco Toledo, el escritor compuso el poema Ayotzinapa, texto que fue parte de una instalación artística en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, con la complicidad de los artistas plásticos Rubén Leyva, José Villalobos y Luis Zárate. Allí, ante 43 velas que representaban a los muchachos, este poema cimbró el corazón de quienes participaron en este evento memorable, sucedido el 2 de noviembre de 2014. Se siente un nudo en la garganta al imaginarnos el sacrificio de quienes fueron ultimados, según los perpetradores, para “dar una lección a los alborotadores”. Por el formato del periódico, reproduzco así el poema, pero deben leerse las frases en orden descendente y sin separarlas en párrafos.
Ayotzinapa
“Mordemos la sombra/Y en la sombra/Aparecen los muertos/ Como luces y frutos/Como vasos de sangre/Como piedras de abismo/Como ramas y frondas/De dulces vísceras/Los muertos tienen manos/Empapadas de angustia/Y gestos inclinados/En el sudario del viento/Los muertos llevan consigo/Un dolor insaciable/Este es el país de las fosas/Señoras y señores/Este es el país de los aullidos/ Este es el país de los niños en llamas/Este es el país de las mujeres martirizadas/Este es el país que ayer apenas existía/Y ahora no se sabe dónde quedó.
“Estamos perdidos entre bocanadas/De azufre maldito/Y fogatas arrasadoras. Estamos con los ojos abiertos/Y los ojos los tenemos llenos/De cristales punzantes/Estamos tratando de dar/Nuestras manos de vivos/A los muertos y a los desaparecidos/Pero se alejan y nos abandonan/Con un gesto de infinita lejanía/El pan se quema/Los rostros se queman arrancados/De la vida y no hay manos/NI hay rostros/Ni hay país/Solamente hay una vibración/Tupida de lágrimas/Un largo grito/Donde nos hemos confundido/Los vivos y los muertos.
“Quien esto lea debe saber/ Que fue lanzado al mar de humo/ De las ciudades/ Como una señal del espíritu roto/Quien esto lea debe saber también/Que a pesar de todo/Los muertos no se han ido/Ni los han hecho desaparecer/Que la magia de los muertos/Está en el amanecer y en la cuchara/En el pie y en los maizales/En los dibujos y en el río/
“Demos a esta magia/La plata templada/De la brisa/Entreguemos a los muertos/A nuestros muertos jóvenes/El pan del cielo/La espiga de las aguas/El esplendor de toda tristeza/La blancura de nuestra condena/El olvido del mundo/Y la memoria quebrantada/De todos los vivos/Ahora mejor callarse/Hermanos/Y abrir las manos y la mente/Para poder recoger del suelo maldito/Los corazones despedazados/De todos los que son/Y de todos/Los que han sido/”.
Tan significativo para su obra es este poema, que sobre su féretro donde reposaban sus restos, se extendió un pliego de papel con Ayotzinapa. Este 8 de octubre, David Huerta cumpliría 73 años. Ya descansa en paz, pero sus convicciones, trayectoria y valor literario, reconocida mediante importantes premios, forman parte del testamento que deja a sus lectores. Le sobreviven su esposa, la maestra y escritora Verónica Murguía, y demás familiares.
@ernestoreyes14