Con la complicidad de mi madre, doña María Martínez, en el otoño de 1973 toqué las puertas de la escuela de Bellas Artes, creyendo que yo debía ser músico, aunque sin ninguna facultad más que el gusto, nacido de las veces que en el antiguo Sebastopol escuchaba marimba, afición que mi padre tenía. Y en los cantos que en la temporada decembrina disfrutábamos, en los paseos de la Rama. O quizás en las tocadas de rock, a la oaxaqueña, a las que asistía.
Ya inscrito en la institución que entonces dirigía el dramaturgo Sergio Magaña, pronto descubrí el movimiento de la biblioteca, que la atendían dos señoras generosas: Dolores Quintanar -Lolita- y Beatriz Natera Fernández, La chatita.
Sumergirse en un lugar donde se respiraba cultura, fue un oasis frente al trajín académico y los sonidos que en toda la escuela se escuchaban. Poco aprendí de música, salvo la romanza del siglo XVI para guitarra, por las razones expuestas arriba, pero en el plantel participé en movilizaciones estudiantiles que desembocarían en el movimiento democrático universitario. Sin embargo, el conocer un lugar donde se podían leer libros fue una bendición.
Mis lecturas de poesía, cuento, novela, además de otros temas, me las facilitó la biblioteca de Bellas Artes. Allí supe algo de Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Miguel Covarrubias y otros pintores, pues se especializaba en arte, mediante el apoyo de algunos donantes, entre los que se hallaba Francisco López Toledo, ex alumno de la sección de artes plásticas.
Tengo la imagen del maestro Toledo caminando en los pasillos-con Elisa Ramírez, llevando de la mano a sus dos pequeños hijos –, cargando cajas de libros para entregarlas a la biblioteca. Además de literatura, podíamos ojear volúmenes sobre arquitectura, artes plásticas, música, etcétera, muchos en ediciones traídas de Europa por el artista.
Supe, por la Chatita, que Toledo se desprendía de sus ingresos para adquirir libros, leerlos primero y donarlos después, al igual que colecciones de discos de vinil y grabaciones para enviarlos a la fonoteca de Radio Universidad.
Por eso al enterarme, el pasado 5 de diciembre, que la Chatita había fallecido a los 94 años, mi corazón se entristeció y mi mente se volvió a aquellos años luminosos, donde aprendí del compañerismo, la solidaridad y de movimientos políticos. Ya conté, después que falleció Toledo (5 de septiembre de 2019) que como él aportaba recursos para que en la biblioteca no dejaran de comprarse los periódicos, costumbre que continuó en el IAGO, los estudiantes de arte teníamos acceso a diarios como Excélsior, informativo que después supe fue reprimido por Luis Echeverría.
En pocas palabras, mi afición al periodismo de por ahí provino, gracias al maestro y a las facilidades de la Chatita y por supuesto de Lolita, quienes casi nos corrían cuando debían cerrar el recinto.
Pasar largas horas en la biblioteca, refugiándome de materias que no entendía, fueron mis grandes enseñanzas, pues mis inquietudes desbordaban las gruesas paredes del ex convento de San José, donde sin embargo me uní a la promoción de actividades culturales, como el cineclub, los conciertos de jazz y música de cámara, así como exposiciones y festivales. También hice grandes amistades y camaradas.
Aquellos años maravillosos se me actualizan ahora que ya no está la Chatita, una segunda madre para el maestro Toledo, pues ella le ordenó siempre sus libros, y celosamente cuidaba el acervo que se alojaría en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, la biblioteca especializada en artes más importante de Latinoamérica.
Alguna vez ella platicó que, en los años 50, como estudiante, Toledo se la pasaba consultando libros y hasta le prestaban la llave para que cerrara. Tiempo después, el artista desapareció – se fue a Europa- volviendo años más tarde. Al enterarse que seguían con carencias, comenzó a acrecentar el acervo que conoció en su adolescencia, práctica que en sus años maduros multiplicó con la creación de bibliotecas en localidades como Teotitlán del Valle, Pluma Hidalgo, Juchitán y hasta en el penal de Ixcotel.
La Chatita alguna vez opinó que “Oaxaca ha sido una antes de Toledo y ahora es otra, es artística; no sé qué sería si él no hubiera estado”. Pienso que Toledo no hubiese sido lo que fue, sin el apoyo de la Chatita. Lo sabe la familia del maestro y sus colaboradores, quienes sabían del enorme cariño que le profesaba. La Chatita ya emprendió el vuelo para alcanzarlo en la eternidad. Gracias por lo que a mi generación le tocó, por su paciencia, sus recomendaciones literarias y su infinita bondad.
@ernestoreyes14