Tomar la dirección de un Estado o tratar de influir en él, en una amplia abstracción del concepto, siguiendo al pensador alemán Max Weber (1869-1920), esto es la política. Es una aspiración para participar en el poder político que es propio del Estado o por lo menos a influir en su distribución entre las diferentes clases, sectores, grupos sociales o individuos que componen la sociedad. Entonces, la política es un medio para alcanzar fines.
El político que alcanza el poder, esto es, tomar las riendas del Estado o parte de él, o ser una persona de influencia hacia la persona o personas que toman las decisiones públicas tiene un sentimiento de poder, es decir, tiene conciencia de su poderío, de su dominio, es un sujeto histórico, ya no es una persona cotidiana, está tocado por la posibilidad de la grandeza. Por esto, cabe cuestionarnos sobre las cualidades de este personaje. Weber sugiere tres cualidades: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura.
La pasión política, no es aquella que nubla la mente y empequeñece el corazón, sino aquella que se entrega a una causa, a una idea, pero no de forma romántica, que no tenga raíces en el suelo social y oportunidad histórica.
La pura pasión no basta si no tiene un asidero filosófico, teórico, material y correlación de fuerzas favorables, pero sobre todo con la debida responsabilidad. Pasión por la pasión es inútil e impotente. En este sentido, la sola pasión no convierte a una persona en político sino tiene en la mira, con la responsabilidad debida, las riendas del Estado o tener una influencia material sobre los que toman las decisiones comunes.
En este contexto, entra la cualidad de la mesura de la persona que desea ser político. La mesura como cualidad psicológica, es esperar, es actuar con prudencia ante los acontecimientos, es dejar que el agua corra por lo mientras, observar su estancamiento y actuar, esto es, saber guardar distancia con los hombres y las cosas.
La pasión y la mesura deben ir de la mano, este es el sentido cuando se dice que la política se hace con la cabeza y no con otra parte del cuerpo humano. Si a la pasión política se le agrega la fe en el objetivo a perseguir, así es como la mesura, la prudencia y la responsabilidad, son todo aquello que puede abrazar al político.
Es indudable que las acciones de la política tienen que ver con un marco de valores universales relacionados con la ética, la política no actúa en un mundo sin valores, no es que la política tenga valores éticos, sería religión. Cuando se trata de tomar las riendas del Estado o de la influencia que se puede tener sobre los tomadores de decisiones, la política actúa. Lo cierto es que a política debe tomar en cuenta los valores éticos de la sociedad en donde pretende actuar. Sin embargo, para simplificación de las cosas, se deben de tomar en cuenta, siguiendo a Weber, dos valores éticos indispensables, a dos máximas: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.
La convicción de construir un mundo donde quepan todos los mundos, un mundo lejos de las desigualdades que matan, que destruyen, que excluyen, que marginan, un mundo donde se pueda conciliar los derechos individuales con los colectivos, un mundo de respeto de las diferencias de culturas, de diálogo intercultural.
En el campo de la responsabilidad, estos fines, se deben alcanzar con el trabajo, con el diálogo, con los acuerdos, hablando, consintiendo, convenciendo, comprendiendo, cuidando de las consecuencias de los actos. Donde los medios cuentan para alcanzar estos fines. El uso de la fuerza, de la violencia, del engaño, de la simulación, son valores del pasado, si se quiere son valores del poder, más no de la política, que es el arte, la ciencia más extraordinarias que ha creado la humanidad.
El ejercicio de la política es para artistas de la acción, del buen decir, de los gentiles, de los sabios, de la gente grande, de los principales de los pueblos indígenas. De gente con estatura moral, de personas que se abandonan a sí mismas para servir a los demás. Los que persiguen un “gracias” en lugar de una posición social cuya base es la riqueza.
La política es para personas que asumen compromisos para con los demás, son endiabladamente empáticos. Quien hace política no pacta con poderes diabólicos, tampoco con valores angélicos, solo pacta con los intereses comunes de los ciudadanos, con la conservación de nuestro mundo y con los fines más correctos, haciéndolo correctamente. La salvación del alma del político es con los resultados de sus acciones, solo de esta manera será recordado en los anales de la historia, a lo mejor, sus monumentos tendrán las justificaciones necesarias y pertinentes.
El buen político siempre se plantea lo imposible para morir intentándolo, este es su designio. Cierto nos faltan muchos materiales y de buenos arquitectos para su construcción, sobre todo, de dirigentes de lo público bien formados a partir de nuestra realidad, honestos, honrados y capaces, donde su única lealtad sea con los ciudadanos, con la nación y con el pueblo.
Falta siempre una administración pública desde la comunidad hasta las altas esferas del Estado eficiente, responsable, con capacidad operativa desde las nuevas técnicas y tecnologías pero siempre vinculada a los ciudadanos. Todo envuelto en la ética de la convicción y de la responsabilidad, que al contrario de lo sostenía Weber si pueden ir juntas. Ante los grandes retos de nuestro país y de nuestro mundo necesitamos de políticos que no se quiebren ante estas realidades complejas, que sean capaces de arremangarse las mangas y solo digan, con frenesí: ¡a darle!