¿Hay desánimo por acudir al espectáculo anual que se desarrolla en el auditorio Guelaguetza cada dos lunes de julio, desde el año 1932? O bien, ¿es por la deficiente organización y desafortunada promoción para llenar con oportunidad las áreas C y D del auditorio destinadas a las clases populares?
En algo de esto se pensó hacia el mediodía del primer Lunes del Cerro, cuando nos enteramos de que no estaba repleto el auditorio como en anteriores celebraciones. Para entonces ya desfilaban las Delegaciones; la gente aplaudía pletórica, pero las gradas en lo alto lucían semivacías. En la conversación pública se pedía la salida de la titular de Turismo a quien se responsabiliza del fallo. Voces pesimistas auguraban una disminución importante del turismo con su impacto en la economía local.
Paralelamente, trascendían quejas de integrantes de la Delegación de Santiago Jamiltepec que presentaron problemas gastrointestinales, parecido a lo que le sucedió a los de Villa Putla de Guerrero, el año pasado. Otros denunciaban haberlos hospedado en hoteles de “mala muerte”. Algunos medios reproducían conatos de bronca a la entrada del auditorio. Más tarde, se dio a conocer que alguien había acarreado a personas de una organización gremial y a colonos, con tal de rellenar la gradería. Es politiquería, se defendió el gobierno, aduciendo que las críticas son voces de opositores.
Ya entrada la tarde, desde el estadio del Instituto Tecnológico de Oaxaca, donde se llevó a cabo la vigésima edición de la Guelaguetza Popular, se daba cuenta de golpes, sillazos y empujones. Todo por el mezcal, el tepache y otros fermentos que corrían generosamente en la sección restringida a las Delegaciones y a la estructura sindical. Pero también por sus pugnas internas.
Por otro lado, hubo poca información, en los medios tradicionales, sobre las guelaguetzas realizadas en poblaciones de los valles centrales y en otras donde hubo ferias alusivas a la temporada. Y es precisamente en dicho marco donde pudiera hallarse la causa de lo que sucedió en la primera edición del Lunes del Cerro. Puede deberse también a que hoy existe mayor difusión mediante las plataformas digitales y a la cobertura de la televisión estatal.
Ello no implica que exista competencia desleal al coloso del Fortín en cuanto al aforo. Sino que, observando que Oaxaca de Juárez se atiborra de turistas nacionales y extranjeros, con el consecuente aumento de precios en los servicios y a que el tráfico es insoportable, la gente prefiere disfrutar de modestos espectáculos organizados por escuelas, barrios, colonias y por autoridades municipales. Allí se observan extraordinarios esfuerzos por rescatar el espíritu de lo que sus mayores contemplaron como repetición de la antigüedad, aunque dicha originalidad siempre haya estado en entredicho. En la historia reciente, la villa de Zaachila es de las primeras poblaciones en organizar la Octava con danzas procedentes de sus populosos barrios.
Tampoco creo que haya sido desdén al gobierno de Salomón Jara y a su funcionariado que, en notorios ejemplos, pagan la novatez de ejercer un cargo que les quedó grande, sino que están tomando carta de naturalización las fiestas comunitarias que deben irse estimulando en beneficio de todos, incluyendo a quienes en esta temporada vacacional regresan con la emoción de sentir el orgullo de pertenecer a las diferentes etnias, cuyas costumbres y tradiciones han sido expropiadas por ambiciosas minorías y élites que siempre han despreciado y discriminado al indígena: al pueblo raso.
Nueve décadas después, esta festividad sigue estando en manos de los prestadores de servicios turísticos (restauranteros, hoteleros, exportadores de mezcal, transportistas, agencias de viajes, etcétera) los cuales se quedan con la mayor parte de la derrama económica, dejando muy poco para comerciantes y pequeños artesanos que son perseguidos por la autoridad para que no den “mal aspecto” al Centro Histórico. Es una realidad que los gobiernos bailan al compás de los grandes intereses económicos. Esto no ha cambiado con el advenimiento de un nuevo régimen. ¿En dónde quedó la interculturalidad que se manifiesta a través de un diálogo respetuoso entre diversas culturas? ¿Se quedó en el discurso o se suplió mediante la presentación de grupos de música popular y cantantes gruperos?
Nuestra fiesta folclórica, en el sentido de ofrenda y solidaridad mutua, como la entienden los pueblos, no va a desaparecer, sino que revalorizada en bailes, música y romerías, la están recuperando como una cita más en su calendario local, antes de que los rostros indígenas terminen pareciéndose a una barbie suriana. Las guelaguetzas alternas ya forman parte de las tradiciones del presente y futuro de Oaxaca. Si la guelaguetza de los Lunes del Cerro es un estado de ánimo y propicia el reencuentro con nosotros mismos, hay que cuidarla.
@ernestoreyes14