En el ámbito de la Ciencia Política o en la Psicología Política el tema de la relación entre el ser humano y el poder es muy interesante. Se ha llegado a sostener que es obligación de todo aquél que merezca el título de político, tener la obligación del conocimiento profundo de su especie. El político que no conozca al ser humano, está condenado irremediablemente al fracaso.
Desde luego, se pueden escribir tres tomos de un libro que conteste a la pregunta: ¿Qué es el hombre? Desde diversos ángulos se pueden aportar diversas aportaciones muy interesantes. Sin embargo, pretendo situarme solo en el ámbito del fenómeno, es decir, tal como lo ven mis ojos y un poco de mi razonamiento.
Lo primero que veo como evidente, es que el hombre, desde luego, se incluye a la mujer, es un animal, es un ser de naturaleza, formamos parte de la naturaleza del planeta tierra. Tenemos cualidades específicas. Pero no dejamos de ser animales. Lo que nos va diferenciando de los otros animales es que somos excelentes para adaptarnos a los diversos factores ambientales, a esto, algunos científicos le llaman evolución.
A nuestra capacidad de adaptación le es inherente el desarrollo de nuestro cerebro y de nuestra mente, aprendemos a razonar, entonces, el hombre es un animal que aprendió a razonar. Entonces es un ser dual. Como animal vivimos de emociones, la razón hace que estas emociones no se desborden.
La razón inventa que somos seres espirituales y que esto nos diferencia más de los animales. Como tenemos necesidad de vivir juntos, desarrollamos la cultura, así nos diferenciamos entre nosotros por la cultura que creamos al vivir en comunidad o en sociedad. La cultura nos desarrolla la memoria, así aprendemos a ser un ser histórico, por tanto, tenemos pasado, presente y futuro. Por ello, de acuerdo a Rousseau, somos seres perfectibles hasta el infinito. Entonces, no es lo mismo el hombre de hace quinientos que el actual, en cambio, la paloma sigue siendo la misma.
Sin embargo, en cuestiones de relaciones de poder hemos cambiado muy poco, somos regularmente ingratos, volubles, simuladores, disimulados. Huimos del peligro como de la peste pero muy ansiosos de las ganancias; si nos hacen el bien y calman nuestras necesidades, somos adictos a esa persona, le ofrecemos nuestra sangre si es preciso, no se diga nuestros bienes, nuestras vidas, nuestros hijos; pero cuando la necesidad desaparece de nuestras vidas, se olvidan de nosotros (Maquiavelo: 2002).
Por otro lado, somos capaces de abandonar a una persona amada por un simple temor, el amor se rompe por utilidad, en cambio, el temor se mantiene por miedo al castigo. El amor triunfa solo en las novelas. Somos tan materialistas que nos duele menos la muerte de un padre que perder nuestro patrimonio. Siempre somos malos, solo las necesidades no hace buenos. Si hay bonanza que siga calentándose la tierra. Siempre nos sometemos a las necesidades presentes y somos capaces de todo por ello. Somos seres que transitamos sobre beneficios. Ofendemos por miedo o por odio (Maquiavelo: 2002).
La idea de hombre que se nos presenta ante nuestros ojos se acompaña por la ingratitud, el disimulo, la simulación, el egoísmo, la necesidad, la facilidad en las cosas, actúa más por miedo que por amor. Y si busca tu compañía será por interés o por necesidad.
El hombre busca el poder para sentirse poderoso, importante, superior, en esta posición, le gusta ser abusivo, dominante, perdonavidas, cae fácil en la corrupción, en la irresponsabilidad, desde luego, hay excepciones, pero es la regla. Se dice que el poder transforma al ser humano, en verdad, solo muestra su esencia o lo que es.
Necesitamos la construcción de una nueva cultura política, que posicione a la política y rehúya del poder. El poder ha invadido a toda nuestra vida pública en detrimento de la política.