“Desde temprano, el centro de Oaxaca de Juárez amaneció distinto. Grandes placas de fierro cubrían iglesias, monumentos y edificios de gobierno, como si la ciudad se preparara para una batalla. Pero no era una guerra, era el sábado 8 de marzo, día en que miles de mujeres salen a las calles a exigir justicia, a recordar a las que ya no están y a gritar que están hartas de la violencia de género”, escribió Camila Canseco.
Estudiante de la carrera de Humanidades con especialidad en Literatura del Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO, ella y tres de sus compañeras recogieron el ambiente que se respiraba. Les comparto.
El aire se sentía denso, cargado de emociones, continuó Camila: “Mientras algunas escribían mensajes en carteles, otras se abrazaban en silencio. Se respiraba unidad, pero también dolor. La marcha avanzó entre cantos y consignas, con madres, hijas, abuelas y amigas tomadas de la mano. Todo parecía transcurrir en calma hasta que arribaron al palacio de Gobierno.
De pronto, el sonido de los cánticos fue interrumpido por gritos de desesperación. Entre la multitud, alguien cayó al suelo tosiendo. Un gas irritante se extendió rápidamente. “¡Hay niños aquí!”, gritaban algunas mujeres mientras intentaban cubrirse el rostro con pañuelos. Las autoridades habían lanzado gas lacrimógeno contra la marcha sin importar que entre las manifestantes hubiera infantes, adolescentes y mujeres mayores. Lo que había comenzado como una protesta pacífica y alegre se convirtió de pronto en caos: algunas corrieron para alejarse, otras intentaban ayudar a quienes no podían respirar. La sensación de miedo y rabia se mezcló en el aire.
Después del ataque, muchas se preguntaron: ¿Por qué reprimir con violencia una manifestación que solo busca justicia? ¿Por qué la respuesta del Estado ante el dolor de las mujeres sigue siendo el silencio o la fuerza?
La noche cayó sobre Oaxaca, pero el eco de las voces no se apagó. ‘No tenemos miedo’, decían algunas al retirarse. Y aunque el gas se disipó, la indignación quedó flotando en el aire”.
Despuntando el día, Karey Herrera Márquez encontró este panorama: “La ciudad despertó fuera de su cotidianidad. Un ambiente distinto rodeaba el zócalo y las calles más concurridas. Bajo un fresco ambiente mañanero la capital se alistaba para recibir el calor de los colectivos feministas que marcharían. En las paradas de autobús se pulsaba el tráfico de una ciudad en protesta. El estilo colorido y arquitectónico de Oaxaca se encontraba cubierto por tablas y vallas de metal.
Detenida frente a la protección que rodeaba la iglesia Catedral, miré las cubiertas de madera, aseguradas con clavos. Una señora me preguntó: “¿Sabe dónde se encuentra el Banco Santander?”
Es allí ─señalé el lugar que ambas mirábamos─ pero está cerrado así por la marcha de hoy. Observó y, con una mueca de disgusto, me dio las gracias y se fue. Como aquella expresión encontré otras. Algunas personas tomaban fotos, unas más negaban con el rostro y seguían caminando, otro pequeño grupo sonreía con sutileza.
Preocupado más por la ‘estética’ de la ciudad que, por las razones de la lucha feminista, el Gobierno se protegía con la policía antimotines.
Parecía que la urbe había amanecido lista para ser pintada de morado y escuchar las voces de cientos de mujeres en protesta. Sin embargo, cada protección representaba una burla: hay seguridad solo para algunas cosas”.
A Leslie Maida Llaven Fuentes le llamó la atención la Marcha Transfeminista de la colectiva Chicatanas y del Acompañamiento Jurídico y Psicológico: Cojudidicolectiva. Durante el recorrido se realizaron actos de iconoclasia y grita de consignas. La activista independiente Lashmy Pamela León Sosa comentó entusiasmada: “Durante el recorrido gritamos, reímos y lloramos, recordando a todas nuestras desaparecidas. Cada año me enamoro del movimiento, es un espacio donde podemos ser libres en conjunto”.
Natalia Paola Martínez García, observó de su lado que “con la intención de dispersarlas, pero sin escuchar sus demandas, el gobernador Salomón Jara dio la orden de rociar gas lacrimógeno desde palacio de Gobierno y otros puntos. Niñas y mujeres de distintas edades resultaron afectadas, además de que su libertad de expresión fue reprimida. Momentos después, este acto de fuerza trató de ser justificado con mentiras en los medios, siendo evidente el abuso de poder.
Natalia resumió algunas demandas del movimiento: “Las mujeres seguiremos unidas alzando la voz en contra del sistema patriarcal hasta que seamos escuchadas y que el miedo a ser asesinadas o desaparecidas se vaya; que acabe la violencia de género, que la justicia para las víctimas de asesinato alcance a los agresores, y que nuestros derechos sean respetados por gobiernos e instituciones. La esperanza de libertad resiste en las mujeres.”
@ernestoreyes14