Cuando un gobierno nuevo llega al poder, usualmente se enfoca en tareas específicas para impulsar planes detallados de su nueva administración y reducir la complicada curva de aprendizaje que supone tomar las riendas de una nación. Sin embargo, si algo ha mostrado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es que lo usual no es precisamente lo suyo.
En un año de gobierno, el presidente ha abierto una cantidad inusual de frentes para un arranque de administración y hace malabares con temas tan disímbolos como la economía y la falta de inversión, la seguridad pública, el trato con la iniciativa privada y los organismos autónomos, así como en las relaciones internacionales. López Obrador, con oficio, ha conseguido mantenerse de pie en todos ellos sin generar una crisis financiera ni social.
La economía no crece, es cierto, pero sí los salarios reales y en medio de todos los temas que el presidente ha puesto sobre la mesa, el país no se ha convertido en la ‘Venezuela de Norteamérica’, como muchos detractores han llegado a alegar.
Mientras el primer mandatario de izquierda en México en casi un siglo busca una transformación rápida y que justifique la elevada esperanza que más de 30 millones depositaron en él el día de la elección, miles de servidores públicos en todo el país, al menos aquellos que no fueron despedidos, batallan para cumplir con las elevadas expectativas que el propio presidente se ha puesto, y que todas las mañanas, de lunes a viernes, reafirma con total seguridad y, no pocas veces, ‘otros datos’.
López Obrador comenzó su juego de equilibrio desde su periodo de transición, que por su larga duración, le abrió las puertas para convertirse en presidente de facto en esos meses.
Para muestra, un aeropuerto.
El presidente echó atrás el plan del ambicioso proyecto días antes de tomar control formalmente del gobierno, en una medida que fastidió a las aerolíneas, consternó a los viajeros frecuentes y atemorizó a los inversionistas.
Unos 5 mil millones de dólares ya se habían invertido en el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM). La estimación para terminarlo fue de otros 8 mil 300 millones de dólares más o menos… y eliminarlo acabará costando más de 9 mil millones de dólares.
Quienes sobrevuelan la zona de Texcoco en donde se levantaba el NAIM, divisan perfectamente la silueta en forma de ‘X’ de lo que habría sido la terminal aérea más importante de América Latina. Al igual que los fierros y las piedras regadas del proyecto, así quedó ante los ojos de los empresarios la promesa del nuevo gobierno de ser una administración pragmática y guiada por los datos duros, en vez de la ideología y las viejas rencillas. El beneficio de la duda está en mínimos.
La obstinación en la cancelación del proyecto aeroportuario y la cuestionada consulta popular con la que la autoridad entrante hizo respaldar su decisión, fueron clave para elevar el nerviosismo de los inversionistas, quienes se guardaron el dinero a lo largo de buena parte del año. Según datos del Inegi, la inversión en México sumó 21.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en el primer trimestre del año, ligeramente por debajo del monto registrado al cierre de 2018. Para finales del segundo trimestre de 2019, la inversión cayó nuevamente a 20.5 por ciento del PIB.
“El hecho de que la presente administración sea poco clara en sus intenciones de política económica ha generado que el sector privado no quiera aventurarse con más capital”, señaló Marco Oviedo, economista en jefe para México de Barclays.
La menor inversión, la incertidumbre y un entorno global desfavorable hicieron que en el primer año de gobierno las gráficas de expectativas de crecimiento para el país parezcan una caída de montaña rusa. Del 2 por ciento de crecimiento esperado para este año, la previsión promedio es de una contracción de 0.2 por ciento. Para el segundo año de gobierno de López Obrador, la expectativa es que la economía no crezca más allá del 1 por ciento. En el tercer trimestre del año, el PIB se contrajo a tasa anual por primera vez desde la crisis de 2009. Banxico bajó sus expectativas de crecimiento esta semana. La promesa del sexenio con un crecimiento económico promedio de 4 por ciento arrancó con dos pies izquierdos.
La turbulencia en la economía y las decisiones que se tomaron en ese rubro desde la Oficina de la Presidencia tuvieron duras réplicas en la Secretaría de Hacienda. Con apenas más de medio año en el cargo, Carlos Urzúa renunció como titular de la dependencia con una carta que acusó conflictos de interés en la conducción de la política económica del país. Urzúa, a quien esta publicación llamó ‘el hombre más sereno de AMLO’ al iniciar la administración, mostró preocupación por el balance entre el cuidado de las finanzas públicas y la ola de políticas sociales que se han implementado.
El presidente echó atrás el plan del ambicioso proyecto días antes de tomar control formalmente del gobierno, en una medida que fastidió a las aerolíneas, consternó a los viajeros frecuentes y atemorizó a los inversionistas.
Unos 5 mil millones de dólares ya se habían invertido en el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM). La estimación para terminarlo fue de otros 8 mil 300 millones de dólares más o menos… y eliminarlo acabará costando más de 9 mil millones de dólares.
Quienes sobrevuelan la zona de Texcoco en donde se levantaba el NAIM, divisan perfectamente la silueta en forma de ‘X’ de lo que habría sido la terminal aérea más importante de América Latina. Al igual que los fierros y las piedras regadas del proyecto, así quedó ante los ojos de los empresarios la promesa del nuevo gobierno de ser una administración pragmática y guiada por los datos duros, en vez de la ideología y las viejas rencillas. El beneficio de la duda está en mínimos.
La obstinación en la cancelación del proyecto aeroportuario y la cuestionada consulta popular con la que la autoridad entrante hizo respaldar su decisión, fueron clave para elevar el nerviosismo de los inversionistas, quienes se guardaron el dinero a lo largo de buena parte del año. Según datos del Inegi, la inversión en México sumó 21.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en el primer trimestre del año, ligeramente por debajo del monto registrado al cierre de 2018. Para finales del segundo trimestre de 2019, la inversión cayó nuevamente a 20.5 por ciento del PIB.
“El hecho de que la presente administración sea poco clara en sus intenciones de política económica ha generado que el sector privado no quiera aventurarse con más capital”, señaló Marco Oviedo, economista en jefe para México de Barclays.
La menor inversión, la incertidumbre y un entorno global desfavorable hicieron que en el primer año de gobierno las gráficas de expectativas de crecimiento para el país parezcan una caída de montaña rusa. Del 2 por ciento de crecimiento esperado para este año, la previsión promedio es de una contracción de 0.2 por ciento. Para el segundo año de gobierno de López Obrador, la expectativa es que la economía no crezca más allá del 1 por ciento. En el tercer trimestre del año, el PIB se contrajo a tasa anual por primera vez desde la crisis de 2009. Banxico bajó sus expectativas de crecimiento esta semana. La promesa del sexenio con un crecimiento económico promedio de 4 por ciento arrancó con dos pies izquierdos.
La turbulencia en la economía y las decisiones que se tomaron en ese rubro desde la Oficina de la Presidencia tuvieron duras réplicas en la Secretaría de Hacienda. Con apenas más de medio año en el cargo, Carlos Urzúa renunció como titular de la dependencia con una carta que acusó conflictos de interés en la conducción de la política económica del país. Urzúa, a quien esta publicación llamó ‘el hombre más sereno de AMLO’ al iniciar la administración, mostró preocupación por el balance entre el cuidado de las finanzas públicas y la ola de políticas sociales que se han implementado.