A medida que países de todo el mundo intentan que sus economías vuelvan a marchar, la cantidad de pruebas de coronavirus que dan positivo se ha convertido en el indicador a observar. Un 5 por ciento es el umbral para volver a abrir de forma segura; 10 por ciento es inquietante, 20 por ciento, indignante.
En México, la tasa se sitúa en 50 por ciento.
Las elevadas cifras son fáciles de explicar, aunque no tan fáciles de solucionar. La nación ha declinado realizar pruebas a gran escala y, en su lugar, realiza exámenes solo a los pacientes más enfermos.
El subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, a fines de mayo dijo que cualquier otra cosa sería “un desperdicio de tiempo, de esfuerzo, de recursos”.
A lo largo de la pandemia, México y partes de América Latina han reportado tasas de positividad que eclipsan cualquier cosa que se haya observado desde China hasta Estados Unidos, incluyendo nuevos puntos preocupantes como Arizona y Texas.
La mitad de todas las pruebas arrojan resultados positivos en México, con lo que iguala solo a Bolivia en el primer lugar entre los países con la tasa más alta del mundo.
En Argentina y Chile, casi tres de cada 10 exámenes resultan en diagnóstico de COVID-19. Y en Brasil, donde 1.4 millones de personas han sido contagiadas, nadie lo sabe con certeza, ya que el Gobierno no divulga esos datos.
“No quieren que sea tan fácil encontrar casos”, indicó Amesh A. Adalja, especialista en enfermedades infecciosas del Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud. “No se están esforzando lo suficiente”.
Tasas así de altas reflejan que los gobiernos no tienen idea de cuán grave es el brote dentro de sus fronteras. En Estados Unidos, donde la tasa de positividad está volviendo a aumentar y se eleva a 8 por ciento, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades precisaron que la verdadera escala de la pandemia puede ser 10 veces mayor que lo que muestran las pruebas.
Oficialmente, hasta el martes, México reportaba más de 226 mil casos y 27 mil 769 muertes. En total, América Latina tiene más de 2.5 millones de casos y representa aproximadamente la mitad de todas las nuevas muertes diarias a nivel mundial.
Lo que preocupa a muchos profesionales de la salud es que ni México ni Brasil, que son potencias de América Latina en términos de poder económico y tamaño de su población, han mostrado algún punto para cambiar la tendencia.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien privilegia el empleo por sobre el confinamiento, se reunió con grandes multitudes de seguidores el fin de semana pasado, incluso tomó en brazos a una niña para tomarse fotos. (Ninguno de los dos llevaba mascarilla). Y Andrés Manuel López Obrador concluyó hace poco una gira de una semana por México.
“El Gobierno mexicano ha declarado que no tiene como propósito contar cada uno de los casos, sino acudir a los mecanismos eficientes modernos y probados para atajar la pandemia”, aseveró López-Gatell en una audiencia en el Senado a fines de mayo.
El martes, puntualizó que la “hipertensión, diabetes y obesidad son las tres comorbilidades más asociadas en defunciones por COVID-19”.
A decir verdad, en una región donde más de un tercio de la población vive en la pobreza, la mayoría de las naciones latinoamericanas no pueden darse el lujo de cerrar por completo la economía o aprobar grandes paquetes de estímulo para compensar las consecuencias.
De cara a la pandemia, EU estaba culminando su mayor auge económico, mientras que América Latina, en su mayoría, iba en reversa. Argentina y Ecuador se vieron envueltos en crisis de deuda. México entró en recesión, mientras que, en 2019, Brasil registró su cuarto año consecutivo de desempleo superior a 10 por ciento. Y luego está Venezuela, cuyo colapso ha obligado a una diáspora de millones a cruzar las fronteras.
Hay señales de que la tasa de positividad podría estar disminuyendo en Chile, donde el Ministerio de Salud quiere reducir el nivel a 10 por ciento. Y el Ministerio de Salud de Brasil lanzó la semana pasada un plan para evaluar a más de 20 por ciento de la población de 210 millones de personas para fin de año, aunque la mitad de los exámenes corresponderá a las llamadas pruebas rápidas de anticuerpos, cuya fiabilidad está en debate en la comunidad médica.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los países alcancen tasas de positividad de las pruebas de 5 por ciento o menos durante 14 días antes de reabrir.
“Es necesario realizar pruebas a los casos leves”, afirmó Adalja. “Esos casos que no se están testeando están contagiando a otras personas”.
Con la colaboración de Mario Sergio Lima.