Muchas personas, algunos filósofos, historiadores, sociólogos, psicólogos, ambientalistas, economistas, antropólogos y politólogos, piensan que de la crisis presente se debe plantear una nueva moralidad para las sociedades, para el político, en especial, debe inclinarse que ninguna moralidad debe basarse en la autoridad, ni siquiera en la autoridad divina.
Una moralidad basada en estas condiciones es imposición, pues toda moralidad debe de nacer de la consciencia colectiva e individual, no puede haber una moralidad de Estado, mucho menos de gobierno o de una institución política.
Aunque somos religiosos, debemos partir que lo bueno no puede ser porque Dios lo estableció, se debe partir de la voluntad humana para que tenga éxito. La religión puede transmitir las normas morales, pero de ninguna manera puede ser su fuente.
Si queremos superar la crisis, requerimos de políticos anclados en esta consideración, los profetas y los apóstoles de la divinidad social no pueden ser útiles en estos momentos, más de necesidades materiales, de hambre, de curación de enfermedades, de necesidad de empleos.
Los momentos de paz y estabilidad nos llega más la reflexión hacia lo divino y desde luego, su dulce bálsamo que cubre cualquier inquietud, nos importa mucho perder la paz. Una vez perdida, en medio del caos, nos importa lo inmediato, lo concreto, de esta manera necesitamos más del político capaz y atento.
De la necesidad de resolver la inmediatez, ocasionado por la crisis, por ejemplo, más hospitales y médicos, el político debe de considerar no sólo los derechos del hombre, de sus derechos sobre la naturaleza, sino considerar el derecho de la propia naturaleza en sí para tener un mundo mejor.
Es momento de hacer un llamado a los políticos, sobre todo a los legisladores, de considerar no solo los derechos individuales, de los derechos públicos, sino también de los derechos de lo común, los que nos debemos todos como la naturaleza, los ríos, los bosques, el oxígeno y los animales. Los animales deben de gozar de plenos derechos que el hombre les ha negado.
La mayoría de los individuos no someterían a igual condiciones de hacinamiento y suciedad para terminar comiéndoselo; ni probaría productos químicos de propiedades desconocidas con niños; ni modificaría genéticamente a humanos para estudiar su biología, sin embargo, con los animales esto se hace.
Las relaciones entre nosotros, entre nosotros y la naturaleza y los animales deben de cambiar, ni duda cabe. Uno de los mayores consuelos que he tenido en medio de la crisis ha sido con las plantas, las flores, los frutos, los perros, los pájaros y en todo ser vivo.
El político debe de saber que todos los seres humanos actuamos movidos por un sentido moral o simpatía natural, que esencialmente consiste en una capacidad para compartir los sentimientos de felicidad o de desdicha de los otros, entre éstos deben de contar los animales.
Este sentimiento, más que la razón, es el que proporciona el motivo a nuestras acciones morales. De tal manera que podemos decir que, no existe nada bueno ni malo, es el pensamiento el que lo hace aparecer así. En realidad, la esencia de los términos morales consiste en orientar la acción, esta orientación debe de orientar más allá de lo social y abarcar la naturaleza.
Para el político, el fin puede justificar los medios en la medida en que exista algo que justifique el fin, la conservación de la naturaleza y en especial de los animales, el fin se justifica por sí misma.
En el mundo de los fines, las acciones no son consideradas como meros medios para alcanzar sino como acciones correctas o incorrectas por sí mismas. Es necesario que las acciones estén provistas de un valor intrínseco por derecho propio, y no sólo de un valor instrumental que contribuya a la consecución de un fin deseable.
En realidad, se dice, el político debe de optar por la acción más eficaz, independientemente de si es medio o fin, de acuerdo a las circunstancias, pero sin olvidar los argumentos anteriores. En fin, un mundo mejor es indispensable.