En la historia de los gobernantes, algunos han negado la realidad en nombre de un ideal, esto ha sido muy peligroso para la sociedad y para el propio político. El político debe entender que no hay nada más allá de la realidad de la vida, de la sociedad, ni arriba, ni abajo, ni cielo, ni infierno.
Los ideales de la política, de la moral y de la religión no son más que ídolos en busca de adoradores y fieles fanáticos. Son ideales que hacen huir de la vida real y volverse en contra de ella, pensemos en Hitler. El político debe ser un realista a toda prueba y no un soñador por las condiciones de nuestra época.
El político no debe juzgar la realidad en nombre de un ideal, partiría de una tremenda equivocación que lo puede llevar al fracaso. El político debe saber que no existen los hechos sino solo su interpretación, luego entonces, somos productos históricos inmersos en la realidad que es la vida.
El político debe de entender que el mundo no es un orden cósmico, ni tampoco natural, ni es una construcción como lo creyeron los modernos, por el contrario, el mundo es un caos, una pluralidad en constante contradicción, es una realidad irreductible de fuerzas y valores, de instintos y pulsiones, que no dejan de entra en acción haciendo del mundo un constante conflicto.
Por todo ello, existe el peligro de la destrucción de todo orden, que las fuerzas se contrarresten, se bloqueen, que se debiliten y se disminuyan entre sí, en todo esto, la actuación del político es vital para darle salida al mundo social. El conflicto marchita la vida sin la intervención del político.
El político debe de tener un sentido de grandeza, pues permite integrar en él todas las fuerzas, le permite llevar una vida más intensa, rica en diversidad, más poderosa, más voluntad de poder. Voluntad de poder para el político significa no el deseo de búsqueda de conquista, de riqueza, sino el deseo de servir a sus semejantes con la máxima intensidad, no importando los sinsabores que ofrece la vida política.
El político debe saber diferenciar entre lo que vale la pena conquistar y lo que debe perecer. Hay que saber diferenciar las formas de ser condenadas al fracaso, mediocres, reactivas y debilitadoras, de los modos de vida intensos, grandiosos, valientes y ricos en diversidad.
El político también debe aprender a vivir y actuar lo que es el presente, huir tanto de los lastres del pasado como de las promesas del futuro. La consigna es: no querer más lo que es. El político debe aprender a esperar poco menos, lamentarse un poco menos.