En los tiempos actuales, tiempos de tendencias democráticas, vale ser natural en el ejercicio del poder político, la cordialidad distingue a los buenos gobernantes, la cordialidad implica haber superado la influencia de las pasiones, es el dominio sobre la mente en donde está el éxito en la acción política, no sobre los acontecimientos. Es conveniente por ello, no ser proclive al aplauso fácil y de toda lisonja hacia su persona.
La madurez no se demuestra por la edad sino por las acciones políticas efectuadas, derivadas de un saber consumado, capacidad para rechazar las lisonjas, por ello, una enorme capacidad de gobernarse y gobernar a los demás.
La prudencia prohíbe el adorno de los pensamientos, las cosas entendibles se dice fácil, evitar la megalomanía que es siempre perniciosa, concentrar las decisiones de gobierno en pocas cosas a la vez.
Las cuestiones de gobierno nunca serán motivo de ligereza de entendimiento, sobre todo, mirarlas desde la perspectiva ciudadana, no desde el poder, que a veces nubla el pensamiento, mirarla como ser transitorio y no eterno.
Mirar las cosas desde el poder puede ser motivo de influencia de costumbres oscuras, depravadas, tales como la testarudez, la ferocidad, la brutalidad, la puerilidad, la perfidia y la tiranía.
Un ejemplo de los problemas desde la ciudadanía es pensar en la población, en la ciudad, en los pueblos, esto ayuda al gobernante no equivocarse. Marco Aurelio afirmó con inteligencia esto: “lo que no es benéfico para el enjambre tampoco es conveniente para la abeja”(Marco Aurelio: 2017, 95).
Del mismo modo habría que estar conscientes que el mundo cambia, nada es estático, por lo tanto, así cambian los métodos de gobierno, lo único permanente son las virtudes, que siempre serán la vía recta.
Además no fijarse por el vituperio público de los enemigos, la verdad siempre sale reluciente. Saber utilizar las herramientas del poder es una virtud, las cosas por su utilidad se conocen y se manejan.
El gobernante juicioso debe comprender que no siempre le bastan su inteligencia y habilidad para alcanzar el bien de la sociedad, siempre requerirá de la ayuda de otros más especializados y capaces que él mismo. Aceptar que se necesita de la ayuda de otros no es vergonzoso, no es falto de inteligencia. Es prudente que el gobernante no debe ser escuchado quejarse de la vida de palacio ni de la propia, eso sí sería vergonzoso.